581. No vuelvo pa’l corral

20 de julio de 2025 | Julio 2025

A los dieciocho años y once meses, Carla cenó con su viejo. Vivía con él desde el divorcio, ocho años atrás. Esa noche le contó que se mudaba. Que ya quería tener su espacio personal, donde hacer lo que se le diera la gana y no tener que vivir bajo sus reglas. A su padre le pareció bien, también quería tener su espacio personal donde hacer lo que se le diera la gana sin tener que andar poniendo reglas a su hija.

Carla consiguió trabajo de vendedora. Arregló con el dueño el salario y las horas de trabajo. Con lo que ganaría le alcanzaba para alquilar un monoambiente a una hora del local. Le parecía bien.

Se mudó con lo que tenía, hasta tuvo que desempotrar la biblioteca de su habitación, en la que antes tenía plantas y adornos —libros, jamás—, y luego pasó a tener ropa interior, accesorios y maquillaje: no había podido llevarse el placard.

El primer mes fue duro. No había calculado los gastos de contratación de servicio de basura, electricidad, gas, internet. Tuvo que sacar un pequeño préstamo con una billetera virtual que, ahora que no tenían regulación, tenían las tasas por las nubes.

Después de unos meses, un poco más establecida, a Carla le dieron ganas de estudiar alguna carrera. Se inclinaba por medicina u odontología. Cuando averiguó, no le alcanzaba la plata ni para estudiar enfermería.

Lejos de abandonar ese sueño, consiguió trabajo en un kiosco veinticuatro horas. Bajó las horas del local a seis y agregó otras seis del kiosco. Desde que salía de su casa hsata que volvía, completaba unas quince horas afuera.

Se anotó en la carrera y empezó a cursar. Una materia a la vez. El camino sería lento pero seguro. No le alcanzaba la plata de uno solo de sus trabajos para comprar más tiempo.

Como le sobraba un poco de sueldo, Carla se anotó en un gimnasio, al que iba a ejercitarse cuando podía. El resto de los días iba a ducharse, como para no usar el termotanque y ahorrarse unos pesos.

Comía mal. Basura y barato. Se robaba carne de la heladera de su padre, creyendo que él no se daba cuenta de que ella pasaba cuando él estaba trabajando. Él compraba sabiendo que ella se llevaba. Prefería eso antes que escucharla pedírsela.

Carla pensaba que tenía linda voz y que, a lo mejor, algún día podría ganar plata por cantar canciones propias o ajenas. Pero necesitaba tomar clases de canto. Claculó cuánto le costarían y ya no le alcanzaba, a no ser que dejara de comprar cerveza.

Sacó otro préstamo para comprar una bicicleta. Con lo que sacaba repartiendo comida debía pagar las cuotas del préstamo y las clases.

De esa manera, Carla se probaba a sí misma que con el esfuerzo podía sustentar su libertad. Casi no pasaba por su casa, apenas si dormía y ni siquiera podía darse más de un gusto al mes, pero así era la vida. Y también la de sus amigos. La libertad era  así cara.  

Sin embargo, lo que no pudo pagar, fue la vacuna cuando la pandemia más grande del siglo liquidó a un tercio de la población. Años después se supo que la vacuna había existido antes que el virus. 

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