Como se venía el cumpleaños de diez años de mi nieto y ya entraba del todo en la adolescencia, decidí regalarle uno de esos aparatos nuevos que sirven para teletransportarse, que yo mucho no entiendo y ni en pedo me meto en ese holograma que se dispara. Así que me mandé ahí al Congreso, que tienen todo tipo de locales de electrónica en la parte nueva, la del shopping, que es la que zafó de ser museo, digamos.
Yo era chico cuando lo cerraron para vendérselo al dueño de IRSA, pero me acuerdo perfecto la foto de los diputados y los senadores todos agarrados, rompiendo las bolas en la calle. Claro, porque se les acababa el curro. Y ahí, el hidrante, tirándoles. Balas de goma, también, de todo.
Cuestión que elijo un aparato, voy a la caja y lo veo ahí a uno de éstos senadores. Habían pasado como sesenta años.
—Adelante —me llama el señor para que me acerque así me cobraba.
—¿Vos no sos…? ¿No trabajabas acá? —le pregunto—. Pichicho… ¿cómo era el nombre?
—Pichetto —contestó con una mueca de asco.
—¿Estás vivo? ¿Qué hacés acá? —pregunté mientras recordaba si era éste u otro el que había tenido cáncer de colon.
—No. Me hicieron inteligencia artificial y me metieron de por vida en este clon —lamentó.
—¡No! —grité, un poco más fuerte de lo que quería, pero es que no me acostumbro a que haya gente condenada así—. Qué locura, eh. Ojalá te larguen pronto —empaticé y justo se acercó un hombre grandote, con un brazo mecánico y un ojo biónico de los cuadrados, que no parecen ojos.
—¿Pasa algo? —preguntó con las manos en el cinturón y apuntándole al Pichicho con el pecho salido hacia adelante.
—¡El amigo del presidente! El Gordito. ¿Cómo era? —pregunté y chasqueé los dedos sin sonido.
—Dan —dijo Pichicho—. Ahora es el mulo número uno del dueño del shopping. Un mulo mal pago, ¡ja! —se le burló.
—¿Qué dijiste? —se le fue al humo el Gordito. Cuando estuvo al lado del otro, le pegó al mostrador con el brazo de metal y casi lo parte.
—Y si es verdad. Contale al señor que pisaste al perro sin querer en una fiesta, te dijeron que le chuparas el pito como disculpa y, como te negaste te dieron a elegir la muerte o esto —le respondió Pichicho, mientas se acomodaba con los codos en el mostrador.
—Te vas a venir de vuelta al sótano hoy —dijo Gordito mientras asentía. Se mordió los labios. Un diente era verde flúor—. Terminá de cobrarle al señor —cerró y se fue. Yo creo que para no molestar a las otras tres personas que estaban comprando.
—A mí me pueden torturar todo lo que quieran —me dijo Pichicho—, pero el que casi le chupa el pito al perro es él… A nada estuvo —dijo mientras pasaba el producto por la lectora—. Serían diez yuanes.
