Hacía cinco minutos que el equipo de octava división esperaba que Hernán, el técnico, se acercara a dar la charla técnica del último entrenamiento antes del partido. Había saludado distante antes de ordenar la entrada en calor, durante la cual tampoco indicó cambios de ritmo ni variaciones que la hacían más amena. Por fin, se acercó sin mirarlos y caminando pesado.
—Bueno. El partido que viene va a ser… —apretó la expresión y, aunque arqueó su boca hacia arriba, el gesto no era una sonrisa— difícil. Estamos mejor nosotros en la tabla, pero no nos podemos descuidar.
Hablaba mirando al pasto, al cielo o al horizonte. Si miraba a los ojos de los jugadores era una excepción.
—Van como titulares —y señaló una pizarra con la formación de siempre— Tomi; Gastón, Renzo, Alex, Juan; al medio Alfredo, Matías Gaitán, Lucas, Pablo; y arriba Matías Paladino y Vicente.
—¿Yo voy al banco? —preguntó a modo de queja Mateo.
—Sí —contestó el técnico.
—¿Por qué cambiamos tantos jugadores, profe? Si venimos bien. Yo venía siendo goleador y tampoco… —se quejó Facundo.
—¿Saben qué pasa, chicos? —Hernán empezó a mirarlos a los ojos—. Que hasta ahora veníamos ganando porque acá el amigo Sebas —lo señaló y casi se le quiebra la voz— tiene un papá con plata que compraba los réferis, los rivales… y también a mí.
Sebastián se escondía entre sus hombros. Ya sabía lo que el técnico estaba por decir.
—Resulta que ahora no vamos a tener más penales, ni goles en contra a nuestro favor, ni defensores malos… y quiero que sepan que esos rivales, que algún día podrían ser profesionales, también están perdiendo su futuro por plata. Por poca plata, incluso. Y como no vamos a tener ayuda, tengo que poner a los mejores.
—Pero yo soy el goleador —repitió Facundo, antes de mirar a su amigo Sebastián con odio.
—Bueno, no sos tan goleador, en realidad —lamentó Hernán—. Es todo trucho, chicos. Gracias al papito de Sebas ahora yo me quedé con un crédito que no voy a poder pagar, porque él prometió algo que después no iba a cumplir —se quejó.
—Profe, ¿en serio? ¿No es gracias a nosotros que estamos primeros? —preguntó Renzo.
—Chicos… Tienen que ser un poco más vivos ustedes. Como consejo, les digo. Para la vida. A esta altura ya los deben haber cagado un par de veces a ustedes sin que se hayan avivado. Tratemos de hacer lo mejor y después vemos cómo termina el año.
Después de eso, Hernán no se quedó al entrenamiento. En su lugar dejó a un empleado de mantenimiento del club y volvió a su casa.
