Nicolás se había vestido con un pantalón apretado y un pulóver escotado que dejaba ver sus pectorales. Ese era su atuendo para la cena afuera con Germán, su pareja de hacía tres años. Él, siempre formal, usaba una camisa al cuerpo que dejaba notar el tamaño de sus brazos y su espalda. Sus perfumes competían en el aire.
El restaurante tenía vista al río y, a pesar de la temperatura de afuera, adentro la temperatura siempre estaba en veinticinco grados. Para cenar pidieron distintos tipos de pastas y una botella de vino.
—La primera de la noche, espero —sonrió Nicolás, cómplice, cuando se sirvieron la primera copa.
—Ah, esperás una noche larga —contestó Germán.
—Larga y dura… como ésta —dijo Nicolás, que se agarró la verga mientras penetraba a Germán con su mirada—. Quiero reventarte todo como una trola barata hasta dejarte el culo rojo como un mandril.
—Nico, por favor…
—¿Qué? —el tono de Nicolás cambió del atrevimiento al desprecio—. Hubieras preferido venir con tu jefe que él sí te gusta, ¿no?
—¡No dije que me gustaba! — Germán gritó en voz baja para no romper la calma del lugar mientras señalaba el techo con el índice derecho—. Dije que me atraía. Que es muy distinto.
—Es lo mismo, Ger…
—No, porque decir que me gusta puede interpretarse como que…
—Basta, che —interrumpió Nicolás, mientras agarraba la copa para tomar vino—. Me estás desviando el tema para no hacerte cargo.
—¿De qué me tengo que hacer cargo?
—De que ya no te atraigo más, boludo —Nicolás bailó la copa frente a su cuerpo, dio un sorbo, y siguió—. Que te calienta que te trate mal tu jefe, pero si lo intento hacer yo o… a veces dudo si te pasaría también con cualquier otra persona. Pero, conmigo, ni bien hago algo, ya te la baja.
—Pero ¿qué me estás hablando, Nico? ¿Cómo me vas a decir una cosa así? Yo soy un caballero —se indignó Germán.
—¿Caballero de qué? ¿Vos te escuchás?
—Ah, ¿y vos? Con la guarangada que me decís —Germán hablaba rápido y hacía pausas largas—. Vos ya sabés que a mí me gustan los hombres como antes, que me traten como una dama. O como un hombre trataría a una dama. Y me venís a decir una asquerosidad.
—¿Y por qué de tu jefe sí te gusta que hable así? —acusó Nicolás señalándolo con la copa.
—Mirá, Nico… A mí me atrae cómo él lo hace porque humilla a gente que yo creo que se lo merece —Germán se inclinó hacia la mesa—. En cambio, yo no me lo merezco. Soy una queen, papito. A mí, tratame mal y estás fuera.
—Disculpe, su majestad… —se burló Nicolás—. Entonces hoy ni vamos a coger, ¿no?
—Olvidate —contestó Germán y agarró su celular.
