La empresa prácticamente tenía el monopolio de los servicios de transporte de la zona más poblada del país. De ahí su estructura inmensa y difícil de controlar. La recaudación era efectiva pero siempre se perdían algunos números por el camino, y durante algunos años había estado la duda de si las complicaciones financieras se debían a la ejecución del presupuesto o a la organización de la recaudación, pero algo no estaba funcionando como correspondía.
El directorio estaba conformado por alrededor de veinte miembros y el dueño de la empresa, el doctor Unzué. Entre los directores, se destacaban algunos con mayor relevancia que otros en términos de cartera y también de capacidad de ordenar y pensar la empresa en su totalidad para definir sus destinos. Uno de los nuevos directores, Sergio Adámoli, que carecía de dichas características, llegaba con nuevas propuestas que podían dar vuelta a toda la organización existente hasta ese momento.
En el resto del directorio, en cambio, había posiciones encontradas: algunos lo veían como muy arriesgado, y otros tantos creían que era algo necesario e inminente. Pero lo que causaba temor era el trato de Adámoli para con el resto: a los que criticaban su plan los acusaba de meter mano en la lata y ser responsables de que la empresa no saliera a flote, y mientras tanto, tejía vínculos con otros que podían ayudarlo a orientar sus objetivos.
Entre tires y aflojes, el plan sufrió muchas modificaciones. Algunos decían que era muy riesgoso ponerse en contra a tantos sectores del personal que se iban a ver afectados. Otros decían que era algo necesario y que, cualquier cosa, se podía pedir alguna ayuda de fuerzas que se sumaran si había violencia. Adámoli no tuvo otra opción que dejar en el camino algunas propuestas centrales. Pero, para su fortuna, el día en que se sometía a votación la cuestión, fue su proyecto el más apoyado, y el doctor Unzué consideró que si el directorio acompañaba él no iba a negarse. El resultado fue trece contra siete.
A la salida de la reunión, el nuevo directivo recibió felicitaciones de varios directores, incluso algunos que no lo habían apoyado y que él había acusado de ladrones.
—¡Qué bien que salió, Sergio! Menos mal, ahora podemos relajarnos todos —la cara estirada de Gómez sonreía de oreja a oreja.
—¡Me votaste! —devolvió la sonrisa Adámoli—. ¿Vos no estabas en contra?
—Pero por favor, Sergio. No soy el único que te habrá sorprendido, si casi que parecía que perdías. Pasa que… viste cómo es esto. Nosotros pensábamos que había que hacerlo, pero la verdad no nos animábamos a plantearle todo esto a Unzué, nos daba cagazo. Viste que el viejo es bravo, y si se enoja, cagaste. Pero como vos pudiste convencerlo, ahora ya está. Vamos para adelante.
—Ahora va a haber que defender el proyecto con uñas y dientes en la ejecución, eh.
—Bueno, ya te vas a encargar vos de eso. Te vamos a acompañar pero está en tus hombros. Después te paso la lista de gente de mi área que habría que… —y chifló dos veces para acompañar un gesto de mano de rajar; le dio una palmada en el hombro, y se fue.
—¿Qué, pero yo… —y se señaló el pecho—. Bueno, dale —terminó de contestar Adámoli alzando la voz cuando Gómez ya estaba unos metros más allá.
