554. Negrofobia

22 de junio de 2025 | Junio 2025

Carlos Sarubbi ya sabía que no era por la lámpara de mierda que su esposa lo había mandado con su hijo Tomás a comprar al Puerto de Frutos del Tigre ese sábado a media mañana —lugar que él odiaba de por sí y, más aún, en ese día y horario—, sino porque era el momento que ella tenía su placer carnal. Ese que con él no existía, y menos ahora, que costaba que se le parara.

Mientras estacionaba el auto, Carlos se acordó de esa tarde que encontró a Gloria tirada en la cama, con un aparatito que vibraba contra sus labios y su clítoris. Ella juró que lo iba a tirar, pero él…

—Papá, chocaste al de atrás —Tomás interrumpió su pensamiento. No había soltado el celular desde que habían salido de la casa.

—Esta es tu vieja, que me manda a hacer este mandado de mierda con todo el quilombo que hay… —se excusó Carlos—. Vamos. —ordenó después de acomodar el auto.

Cuando bajaron, Carlos se levantó el pantalón y se acomodó los anteojos de sol: negros, clásicos. Había conseguido un buen lugar para estacionar, cerca del Puerto de Frutos. Gente iba y venía hacia ambos lados.

En eso, acercándose a ellos, Carlos vio a un muchacho de unos treinta años, morocho, grandote, de gorra, con un bolso cruzado desde su hombro derecho. Le faltaba cosa de tres metros y pasar por medio de una señora con su hija, para llegar a Tomás.

El muchacho miraba el iPhone de Tomás. Carlos no tenía dudas. Se apuró a ir hacia la vereda, pero del lado más largo del auto: su cálculo fue que no podría interceptarlo antes, pero quizás sí, metros más adelante.

Al mismo tiempo que se acercaba a la cola del auto, advirtió a su hijo:

—¡Tomi! ¡El celu!

Tomás levantó la vista del teléfono y miró a su padre, quien, mientras miraba al morocho se tropezaba en sus pasos casi llegando al cordón. Cuando Carlos levantó la cabeza, vio al morocho que ya pasaba por delante de él.

—¡Policía! —gritó—. ¡Tiene el celular!

El morocho se detuvo, miró a Tomás, que miraba a su padre con su celular en la mano.

—¿Quién tiene el celular, gordo chanta? ¿Te pensaste que soy chorro? —preguntó, haciendo montoncito en el aire, a un paso de Carlos.

—No, qué… Estaba hablando de otra cosa —contestó Carlos—. Un tema mío con mi hijo.

—Sos un cagón —no le creyó el morocho—. Nene, fíjate acá papi, el que te cuida, que se caga porque ve un negro —dijo y siguió caminando.

Cuando estuvo unos pasos más lejos, Carlos le gritó:

—Tomatelá, estúpido. No te hablaba a vos —levantó una mano señalándole el camino al otro.

—No te regalés, papi, eh. ¡Que acá está lleno de negros! —dijo el morocho y siguió su camino.

Carlos, todavía un poco nervioso, largó un resoplido. A sus adentros, agradeció que su hijo todavía tenía el iPhone que tan caro había pagado y también, casi confesándose, que su mujer no había encontrado un morocho así.

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