544. Ciberseguridad

9 de junio de 2025 | Junio 2025

Nelson Raimundes era el oficial encargado de los delitos de ciberseguridad de la comisaría. A pesar de que, como cualquier policía, no tenía ganas de trabajar, le tocaba hacerlo a un ritmo de mucho más alto que el resto. Es que el ciberdelito se había convertido en un signo de época, y había ahí un enorme negocio para explotarse.

Sus compañeros lo mimaban. No tanto por sus conocimientos especiales, sino porque él era había logrado agrandar la caja negra en un doscientos porciento en apenas meses.

Nelson se pasaba horas en grupos de compraventa de distintas plataformas y redes sociales. Ahí cazaba a sus víctimas: vendedores de autos y motos.

Se contactaba con el vendedor y le decía, desde un perfil falso, que trabajaba en la policía de otra localidad, y que se había denunciado el robo de ese vehículo en su seccional. Luego, la propuesta de cajonear la causa a cambio de dinero.

El vendedor, entonces, tenía dos opciones que dependían de si tenían o no los papeles en regla del vehículo.

Si el auto o moto en cuestión era, efectivamente, objeto de un robo, el vendedor solía arreglar por un valor muy inferior al que el mercado le daba. Algunos, sin ser ladrones, y por el mero hecho de creerse el verso, terminaban cediendo.

En cambio, si el vendedor era el titular del vehículo, el panorama ya exigía otro camino más elaborado:

La primera medida era registrar el valor del vehículo en un documento Excel y los datos del vendedor (siempre varón), incluyendo información privada que se desprendiera de sus redes sociales. Ahí aparecía Brenda, el perfil de pendeja seductora.

Con el perfil de Brenda, Nelson enviaba cualquier cantidad de fotos de chicas desnudas, en busca de una diversión o, quizás, algún encuentro a escondidas. En cuanto la víctima enviara una foto de su verga, sentía el anzuelo enterrado en su garganta.

Brenda no contestaba más. Horas después, Nelson se comunicaba con el vendedor desde un tercer perfil falso, como policía, y le comunicaba al vendedor que le había enviado fotos de su miembro a una menor que lo había denunciado. La víctima, sin dudarlo, pagaba el precio que Nelson elegía.

De esa manera, el personal de la comisaría duplicaba su sueldo, y se explotaba un nuevo negocio que contenía a los policías de llevar adelante protestas por condiciones de vida.

Hasta que un buen día, Nelson llegó a la comisaría y vio, en su computadora, a un compañero suyo haciendo exactamente lo mismo que él hacía día tras día.

Sin dudarlo un instante, fue e hizo lo que ya había planeado para esa situación: exigió exclusividad para la tarea, bajo amenaza de ventilar todo lo que había hecho él y otros tantos policías. De ahí en adelante, empezó a trabajar más para su bolsillo que el de la comisaría.

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