El entrenador jefe les había dado la bienvenida en conjunto a la camada en condiciones de acceder al grupo de choque de la fuerza. Ahí les propinó un par de gritos para mostrar dureza, como si no la hubieran sentido antes, y les informó cómo sería el proceso por el que iban a pasar. Una frase quedó picando en la cabeza de Damián: “despídanse de lo que son hoy, porque al finalizar estos meses ya no van a ser los mismos”.
El primer mes entero fue, casi en su totalidad, de preparación física, combinado con un poco de denigración de parte de sus entrenadores, algunos escupitajos, algunos golpes que no podían responder y mucho maltrato verbal.
Del segundo al cuarto mes se desarrollaba la etapa de formaciones y trabajos en grupo, simulacros de enfrentamiento en superioridad e inferioridad numérica, control y disuasión con y sin armas, análisis de las situaciones, y un poco de enfrentamiento cuerpo a cuerpo. También aumentaba el trato inhumano y algunas acciones parecían directamente torturas físicas. “El personal de la fuerza debe soportar el dolor”, decían como excusa para descargarse.
El quinto mes les presentaron el simulador de actuación en enfrentamiento. Era un cuarto oscuro con una plataforma de unos cuatro metros de ancho por cuatro metros de largo. El usuario debía colocarse un casco de realidad virtual que tenía una pequeña aguja, la misma se pinchaba en la nuca para alterar el sistema nervioso y producir reacciones químicas en el cerebro, alterando como premio o castigo el sistema de recompensas. Las órdenes del simulador las daría el entrenador desde la sala contigua, aunque los miembros de la fuerza sentían que provenían del superior en el escenario virtual.
Damián había escuchado que sus compañeros decían que era sorprendente lo real que se sentía y que era una experiencia increíble. Cuando fue su turno sintió que le dolía un poco la pinchadura, quiso acomodarse pero no tuvo tiempo, apenas se colocó el casco, sintió un golpe en su hombro derecho; giró hacia ahí y vio un escuadrón en formación con los escudos en alto y un jefe detrás con un cartucho de gas pimienta.
Frente a él se agitaba un grupo de jóvenes con las caras cubiertas con pañuelos o remeras atadas en la cabeza. Vio y sintió un piedrazo impactar contra su cuerpo.
—¡Resistimos! —fue la orden que sonó a sus espaldas.
Damián sintió un piedrazo en su pierna que casi lo desestabiliza, más por la sorpresa que por el dolor.
—¡Vamos Ordóñez! —le gritó la voz.
Tras unos minutos de aguantar las pedradas, la voz a sus espaldas volvió a sonar:
—¡Marcha de maniobra, avanzamos para dispersar, si hay resistencia respondemos!
De pronto, Damián Ordóñez se encontraba frente a una multitud virtual que le pegaba patadas en el escudo y alguna que otra piedra en su casco. Usó su bastón igual que sus virtuales compañeros para responder a los golpes y no podía evitar la sorpresa de lo real que se sentía todo. Sonaron algunos disparos y vio algunos rivales caer, el organizador de su escuadra también tiró un poco de gas y se sintió el picor en el aire. Los ojos se le aguaron un poco.
—Avanzamos a matar, ¡dale! —sonó la voz y, un poco menos ordenados, Damián y sus compañeros se encontraban golpeando a una masa en retirada. Repartía a diestra y siniestra y veía cuerpos caer en consecuencia de sus golpes—. ¡Al de negro! —le ordenó la voz marcando un objetivo.
Damián se acercó a él para pegarle, y de pronto el muchacho se transformó en un señor con bastón, parecido a su padre. Damián detuvo el golpe en el aire.
—¡Pegale! —Damián no reaccionaba—. Vamos, no me digas que sos puto, ¡carajo! ¡Pegale, Ordóñez, la puta madre!
Damián cargó contra él y le dio un golpe en el cuello. El hombre cayó al suelo.
—¡De nuevo! —gritó la voz, el hombre se cubría—. ¡Ordóñez, rata inmunda! —el viejo se transformó en una adolescente—. ¡Pegale, basura!
Y Damián le asestó un golpe en las costillas.
—¡Eso, Ordóñez! ¡Otra vez! —y Damián pateó la cabeza virtual de la chica.
Después de eso, el casco virtual se apagó. En su cabeza sentía como si hubiera tenido un orgasmo fuertísimo y se empezó a reír.
