A América Gorostiaga le había aparecido un tumor cerebral cuando tenía cinco años. Gracias a una detección temprana por parte de sus padres, Lautaro y Sabrina, logró entrar en un tratamiento efectivo que demoró su desarrollo y, luego de unos meses, realizar la operación para retirarle el tumor en el Hospital Garrahan.
Lautaro y Sabrina tenían las tripas revueltas en el momento en que les avisaron que su hija había transitado bien la operación. Se abrazaron y lloraron. También rieron.
Cuando llegaron a la habitación donde estaba internada, América se sentía algo mareada por el efecto de la anestesia, pero se la veía alegre, a pesar de tener la cabeza vendada.
—Buenas tardes, ¿qué tal? —saludó un señor vestido de traje cuando entró—. Soy Aldo, el director de acá del área del hotel… perdón. Del hospital —se corrigió riendo, sin vergüenza—. Vengo a anunciarles que van a tener que buscar un traslado porque se termina acá la atención de América Gorostiaga.
—¿Cómo? —preguntó Sabrina antes de que terminara de decir el nombre de su hija.
—Detectamos que sus padres resultarían ser un par de kukas y nosotros ya no destinamos plata para la militancia rentada. Ya los desalojamos del Estado y no vamos a poner recursos en eso.
—¿Qué dice? —se indignó Lautaro.
—Nosotros no somos rentados de nada —dijo Sabrina.
—Nuestro equipo de investigación estuvo investigando, valga la redundancia, y encontraron fotos suyas en una situación de… militancia —dijo Aldo—. A esta nenita montonera me la sacan… —masculló por lo bajo.
—Nosotros somos anarquistas y estamos en un bachillerato popular. No somos rentados de nadie —contestó Lautaro, con el ceño apretado—. Y, si así fuera, ¿qué tiene que ver América que tiene cinco?
—Los nenes ahora vienen politizados. Nosotros tenemos militancia del gobierno en jardines de infantes. Nos va bastante bien. Los padres les dan Tik Tok y esas cosas. Las criaturitas ya odian a la yegua —celebró Aldo.
—Pero América no es militante de nada. Es una nena —dijo Sabrina.
—Les doy cinco minutos para que me saquen esta pendeja protozurda de la cama que tengo que liberarla para una… —y Aldo no llegó a terminar la frase que ya se estaba comiendo una trompada de Lautaro.
—¿Querés probar vos andar trasladándote por la ciudad con la cabeza abierta? —preguntó Lautaro.
Aldo, después de sujetarse contra un mueble, con cara de asco, y siempre esquivándoles la mirada a Lautaro y Sabrina, negó con la cabeza.
—Ahora llamo a la policía —dijo Aldo mientras salía de la habitación.
—Andá, cagón —contestó Sabrina.
