Lo que le molestaba a Renata de ir a hacerse las uñas con Paola era que ella siempre la tenía esperando un rato. No importaba si ella caía antes, puntual o más tarde. Paola no terminaba su sesión con la clienta anterior hasta que la siguiente, en la sala de espera, no estuviera al borde de estallar de ira. Pero Renata iba igual.
La había conocido un año atrás, dos semanas después de que Paola abriera su local en Parque Chacabuco. Desde entonces, nadie más que ella había tocado sus uñas.
Eso sí. Le enervaba que Paola la mirara, hiciera contacto visual, con ella, mientras atendía a la anterior. No una, sino varias veces. Como si quisiera controlar el estado de paciencia de la siguiente sin importar si era advertida.
—Ya hace un año que voy a lo de la gorda puta esta… —se quejó Renata mientras cocinaba con Ariel, su esposo y padre de su único hijo.
—Sororidad —acotó Ariel.
—Si me hace esperarla otra vez como si fuera la primera vez que voy, te juro que la mando a la mierda.
Al otro día, Renata pasó por su casa a pasar por el baño y picar algo a modo de merienda después del trabajo y, vestida como estaba y con las mismas bolsas de compras que había llegado a su casa, fue al local de Paola. Llegó cinco minutos antes de su turno.
Se sentó haciendo bastante ruido y, después de mirar algunos videos en Instagram con el volumen alto, se quedó mirando fijo a Paola. Hizo contacto visual siempre que ella la miró.
Cuando ya había pasado más de media hora de su turno y de sentirse boludeada por Paola, Renata se levantó. En cuanto la vio, Paola despidió a su clienta anterior, casi como si la sesión hubiera terminado media hora antes.
—Reni, hermosa —la saludó Paola mientras se acercaba con los brazos abiertos—. Vení que te cuento algo que te va a interesar. Te va a servir para Ariel.
—¿Ariel? —a Renata le dio curiosidad. Ni siquiera recordaba haberle dicho que ese era el nombre de su esposo.
—Están entrando unos labiales chinos —empezó Paola una vez que Renata se sentó frente a ella—, que parece que hacen crecer el pelo. No hay que pasarse de los labios, mamita —se rio Paola—. Pero si le ponés en la pelada a Ariel, le va a crecer.
Renata la miró y se sostuvieron la mirada unos segundos, hasta que las dos, casi al mismo tiempo, sonrieron.
—Si lo que decís funciona, creo que me acabás de solucionar todos mis problemas de pareja —dijo Paola, mientras se imaginaba aplicando, una vez más, cualquier cantidad de sustancias en la pelada de su esposo con la ilusión de verlo peludi como antes.
