531. Vamos sumando

28 de mayo de 2025 | Mayo 2025

Para Eloísa no existía tener algo por pagar. Proveniente de una familia dedicada a la industria de maquinaria agrícola y que tenía plata hacía al menos dos generaciones, a ella nunca le había faltado nada. Desde la cuna había tenido casi todo lo que quería, y de adulta, también. Hasta que Clemente, su esposo, falleció. Y ella, que no trabajaba, quedó a cargo de los negocios.

Su economía dejó de funcionar. No confiaba en su padre y su hermano. Pensaba que eran ellos los que estaban cagándole parte de lo que le correspondía por las empresas que compartían con Clemente.

Activó la tarjeta de crédito justo el día en que se cumplieron dos meses de la muerte de Clemente. No tenía más plata, y no le estaba ingresando nada. Averiguó con su padre, que le contestó que hacía dos semanas le habían transferido su parte. Era cierto.

El supermercado estaba casi vacío a las nueve de la mañana. Eloísa fue a la caja nerviosa, le sudaba el bigote. El changuito, lleno al mango. La tarjeta funcionó y, ahí sí, sintió que el calor que la inundaba se desvanecía en el aire. Sonrió relajada.

La tarjeta duró algunos meses durante los que Eloísa disfrutó los vinos de alta gama, el tanque del auto siempre lleno, el calzado nuevo y los conjuntos para la temporada que se venía. Para ella y para las nenas. Hasta que la tarjeta se agotó.

Recibió una intimación a pagar las deudas. Así que habló con el banco y sacó un préstamo. Cuando vio toda esa plata depositada en su cuenta se le agigantaron las pupilas. Sintió adrenalina. Pagó sus deudas, reactivó la tarjeta y volvió a la carga.

Después, la llamaron del banco por sus incumplimientos de pago de las cuotas. Sacó otro préstamo para pagar el anterior. Y después vino otro, y otro ante una aplicación, con una tasa de interés más alta.

Para cuando se quiso poner un freno, Eloísa ya le debía hasta al carnicero, al verdulero, al del estacionamiento. Y ni hablar del colegio de las nenas y las expensas de varios meses, además de haberse quedado sin seguro del auto.

Cuando vio la carta de aviso de corte de luz y gas, y después de llamar a un par de entidades financieras que se negaron también a prestarle, Eloísa me llamó por teléfono.

Me dijo que se sentía pobre, que no entendía cómo era esto de deber plata, que por qué no le alcanzaba si ella siempre había estado bien. Justo en ese momento, se le cortó la luz.

—No puedo seguir así, soy un mal ejemplo para las nenas —dijo, y escuché cómo salió al balcón, pisó algo, y después, su grito hasta el golpe y el fin de la comunicación. Perdí una paciente premium y ni siquiera le pude cobrar la deuda.

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