Gatúbelo era el nombre que había elegido en su momento como villano, como una mezcla de robo y homenaje al personaje de Batman. Tenía un traje engomado hecho a medida en el que, cada mes que pasaba, le costaba un poco más entrar. Es que la ansiedad lo estaba matando y le obligaba a devorar todo lo que pudiera.
Fanático de la entraña y el bife de chorizo por elección, como respuesta a sus deseos infinitos de comerse cuanta hamburguesa con papas fritas se le cruzara en la mirada, a Gatúbelo ya no le gustaba cómo le quedaba su traje. Es que la panza le quitaba lo temeroso.
Tenía, es verdad, la máscara que todavía causaba efecto, pero entre la cola del traje y la panza que crecía y le forzaba el cierre, daba más risa que otra cosa.
Todavía se acordaba de sus inicios. Había sido el temor de todo un país. No se sabía dónde podía aparecer, pero sí que cruzarlo alguna noche por las calles era demasiado peligroso.
—¡Dame todo lo que tengas, o me robo tu futuro y el de toda tu familia! —gritaba él después de lanzar un bufido felino.
Las primeras víctimas habían intentado resistirse. No le creían a un payaso disfrazado. Luego, una vez que advirtieron que ya no contaban con su futuro próspero, alertaron a la prensa y al resto del país.
Su fama creció rápido. No se entendía cómo lograba sus maleficios y eso causaba una atracción particular. Lástima que, como todo en este mundo, un día dejó de producir efecto.
Gatúbelo empezó a desistir de robarle el futuro a sus víctimas cuando, por ejemplo, se empezaban a reír a carcajadas limpias en su cara y él, antes de soportar la humillación, prefería alejarse.
En una charla con su mayordomo —también a modo de homenaje y copia de Batman—, había confesado que se sentía como un payaso que ya no hace reír, como un inútil (“jubilado” había usado como término).
Gatúbelo nunca lo dijo, pero fue cuando apareció el Lunático en las calles, con un traje más llamativo y otros trucos, que él se retiró. Ya no se sentía a gusto en las nuevas artes de la delincuencia. El Lunático tenía trucos mejores y aterrorizaba a todos con muy poco.
Desde entonces, Gatúbelo dejó de robar el futuro de la gente. Sin embargo, dicen que las noches de luna llena se lo puede ver, en la costanera de Zona Norte, mirando el horizonte, con lágrimas en los ojos.
