523. Sorteo

20 de mayo de 2025 | Mayo 2025

Ramiro, candidato en las últimas elecciones como cabeza de lista, había sido en su pasado un fanático ferviente de Susana Giménez. Tanto que tenía, del lado de adentro de la puerta de su pieza, un póster gigante de la diva, con un sobre en una mano y un teléfono en la otra, que sostenía contra su oído. Sin embargo, después de largos años de intentar ganar el juego del millón sin éxito, había organizado el suyo.

Al ser gratuita la inscripción y no poder replicar el negocio de Susana, Ramiro tuvo que pensar en algo que le diera algún beneficio similar. No fue él, sino un amigo, el que pensó la idea de pedir a los participantes una propuesta de inversión.

Si la idea era buena, podía proponerse al ganador que la hiciera a través de la empresa financiera de Ramiro. Y si la idea era muy buena, directamente robársela sin decirle nada, dado que el ganador, en definitiva, lo elegía el organizador.

Cuando llegó el día de hacer el sorteo, Ramiro se juntó con sus dos amigos. Les ordenó que se imprimieran todos los formularios ingresados y se los dejara en una pecera gigante. Con un vestido blanco que recordaba a la diva y una peluca rubia, Ramiro entró en la pecera y eligió uno de los formularios.

—Y el ganador es… ¡Jaime! —anunció feliz—. A ver para qué la quiere… “comprar un auto y hacer de Uber, que con la jubilación no me…”, bah, qué pelotudo.

—Sacá otro, a la mierda el viejo puto ese —dijo un amigo mientras miraba unas tetas en Instagram.

—Sí, ya fue —contestó Ramiro y agarró otro formulario—. A ver, el ganador es… ¡Julián! A éste le tengo fe. Dice “Rami, la guita la voy a donar a Pajeros Anónimos, ¿qué pasó que te olvidaste de nosotros? No vol…”, bueno, giladas. No sé.

—Otro, otro —dijo el otro amigo, que se había disfrazado de escribano y era el único que miraba a Ramiro jugando al sorteo.

—Dale —asintió Ramiro—. El ganador es… ¡Renata! Dice que “quiero la plata para pagar deudas”. Dios mío, ¿son todos pelotudos? ¿Puede ser que sean todos pelotudos menos yo? —preguntó Ramiro, acomodándose la peluca—. No saben lo que es una inversión.

—Es lo que nos dejó el peronismo, boludo. Una manga de pobres inútiles —dijo el primero, que ahora miraba un culo de otra chica.

—Yo la pondría en un bróker financiero —se encogió de hombros el que hacía de escribano.

—Ja, como mi empresa —se rio Ramiro.

—Y sí, genio.

—Entonces te la doy a vos y vos me la invertís en mí. Pero, pará —levantó un dedo en el aire—. Tenemos que hacer los papeles y todo, porque yo me tengo que deshacer de unas lucas negras…

—¡Hola, Susana! —gritó el falso escribano mientras saltaba de la silla.

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