Pablo cruzó la reja de su casa justo antes de que lo agarrara la tormenta. Vio en el metro de baldosas que llamaban patio delantero la bicicleta de su hijo y se apuró a meterla adentro antes de que se mojara. La ubicó junto a la puerta, el único lugar donde no molestaba para mirar la televisión, y se sacó la mochila, con ese dolor que le daba en el hombro los días de humedad.
—La puta madre —se quejó.
—Hola, ¿no? —contestó Lorena, su esposa, que salió al living desde la cocina—. ¿Te duele mucho? ¿Por qué no vas al médico?
—¿Otra vez, Lore? ¿Cuándo querés que vaya? No tengo tiempo. Hola, gorda —cambió el tono de queja a amoroso y la besó—. ¿Cómo estás?
—Bien. Mejor que vos, seguro.
—¿Los chicos? —preguntó Pablo acomodando la campera que recién se sacaba en el respaldo de la silla.
—Cristian está en lo del Facu y Micaela se fue a la ducha.
—Le voy a decir a Facu que está su bici adentro que, si no, la va a hacer mierda cuando abra la puerta —dijo Pablo y agarró el celular.
—Yo ahora me voy a poner a cocinar. Voy a hacer un guisito de fideos, pero se acabó el aceite. ¿Te vas al almacén a comprar?
—Pero si te dije el otro día que no tengo un peso —se encogió de hombros—. ¿Y todo lo que te di ya te lo gastaste?
—Hace una semana y media me diste plata y fue lo que gasté en ir a la verdulería, Pablo —contestó ella, levantando la voz.
—Bueno, no sé. A mi me queda para el colectivo hasta cobrar. Y encima ya está lloviendo —se excusó Pablo sin mirarla.
—¿Y si le vas a pedir a Matías?
—Seguí soñando —se rio Pablo—. Está peor que nosotros. Cocinalo a lo liso, con agua, y listo.
—Si no tiene hijos Matías —dijo Lorena.
—Pero tiene como quince años menos de antigüedad que yo, gana mucho menos y encima la ayuda a la vieja.
—¿Y no hace horas extra?
—Sí, hace, Lorena, pero me venía contando de sus problemas de guita no tiene para prestarme. No le puedo pedir.
—¡Que te preste aceite nomás, boludo, no plata! —gritó Lorena.
—Ah, eso… eso puede ser —relajó Pablo—. Ahí le escribo a ver si tiene —dijo y miró el celular para escribirle, en el momento exacto que una gota le cayó en la pantalla—. Otra vez esta gotera de mierda…
—Vos andá a buscar el aceite, y yo ahora traigo los baldes —dijo Lorena.
—No me voy a morir sin arreglar las goteras. Te juro. Esta casa hija de puta no me va a cagar —sentenció Pablo mientras se ponía la campera de nuevo.
