511. Para viejos garcas

7 de mayo de 2025 | Mayo 2025

Orlando Carlés estaba parado en la puerta de su casa, con los brazos en jarra, mirando hacia la plaza con un odio que no le entraba en la expresión. Tenía en la mira al grupo de pibes que salían del colegio y se quedaban ahí tomando cerveza, jugando a la pelota, besándose con otras chicas y disfrutando la adolescencia.

En cuanto Bermúdez, el policía de la cuadra, apareció en la esquina y él ya había pasado más de una hora reemplazándolo en las tareas de vigilancia, Orlando no tardó en convocarlo.

—¡Bermúdez! ¡Vení, Bermúdez! —le gritó con una mano junto a su boca y la otra agitándose en el aire.

—¿Qué dice, don Orlando? —contestó el policía cuando se acercó. Su madre le había enseñado de chico a tratar a los ancianos de “don” y “doña” y él lo seguía haciendo.

—Acá estamos. Preocupado, te digo la verdad. Hoy te estuve reemplazando. ¿No venías más temprano vos? —lo miró por encima del marco de los anteojos.

—Mi nena tenía médico, así que pedí entrar más tarde.

—Oíme, la cosa así… no puede ser. Tienen que poner a alguien en tu lugar. Yo tengo un fierro, pero no lo puedo sacar, ¿viste? Y los pendejos éstos —los apuntó con el mentón— ya estuvieron otra vez haciendo de las suyas.

—Orlando, ¿de nuevo…? —preguntó Bermúdez, con voz cansada.

—Esta vez tengo la prueba —contestó Orlando y sonrió mientras agitaba su teléfono celular a la altura de su pecho—. Mi nieta me enseñó cómo se hace para filmar. Y los tengo acá a estos hijos de puta, que los enganché en el momento justo.

—¿Qué hicieron?

—¿Qué no hicieron? El ring raje de siempre, que solo a mí me lo hacen. Pero, además, dejé una cerveza fría acá, entre la reja y la ventana. Y los hijos de puta me la sacaron.

—Y si la dejó a propósito, Orlando, ¿qué esperaba?

—¡Cayeron en mi plan! Los tengo acá filmados, Bermúdez —y empezó a reproducir un video donde no se veía muy bien, hasta que el celular caía y apuntaba hacia él, en calzones. Orlando bajó el teléfono—. Vos andá y engayolá que yo ahora voy a la comisaría con la prueba.

—No los puedo detener por eso. Es una travesura nomás…

—Por eso te digo, hay que actuar ahora. Yo, a esa edad, cuando hacía travesuras, como vos decís, mi madre me encerraba desde que volvía del colegio hasta la hora de la cena. Y así salí, derechito. Con estos pibes hay que hacer lo mismo.

Justo entonces, la pelota de los chicos cruzó la calle y llegó hasta Orlando y Bermúdez.

—¡Eh, la pelota, viejo de mierda! —gritó uno de los chicos mientras otro se acercaba a pedirla.

—¡Minga que se las doy! — Orlando se agachó, agarró la pelota y la tiró adentro de su casa.

—¡Oficial, nos robó la pelota el viejo sorete! —gritó otro que filmaba con su teléfono.

—Orlando, devuelva la pelota… No me obligue a llevarlo detenido —dijo Bermúdez mientras se tocaba las esposas.

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