El conductor del noticiero se sorprendió cuando le comunicaron por la cucaracha el título de la información que iban a presentar a continuación detrás del separador de noticias urgentes.
—Pero venimos de los informes del incendio en Los Alerces y el hambre en el norte del país, ¿vamos a saltar a esto así nomás? —preguntó extrañado—. ¿No es mejor ir a un corte, Daniel? —se refirió directamente al director.
—No, no, vamos ahora que está el móvil y me dicen que la gente se tiene que ir.
Tras el fin del informe sobre malnutrición y hambre en las provincias norteñas, el conductor, sin poder ocultar algo de disgusto y obligándose a cumplir la directiva, empezó:
—En otro orden de ideas, vamos a Acasusso, donde está Mariano con una familia. Una familia desesperada, que necesita la ayuda de todos los argentinos. Hola, Mariano, ¿cómo estás?
—Buenas noches, Roberto. Así es, como vos decís, estamos acá con la familia Benegas —la cámara tomó un plano más ampliado, había apenas más de quince personas—, y un montón de vecinos que se han reunido esta tarde noche en la plaza para reclamar algo muy importante: que aparezca de nuevo el juguete de Mauricio Benegas, de solamente diez añitos. Su juguete favorito, de los avencher, que él mismo había mejorado con sus propias manos y la inestimable ayuda de su padre, Jorge. Aquí está Isabel, su madre, para contarnos un poco de qué se trata esta búsqueda. Cuéntenos, ¿qué pasó con el juguete?
—Bueno, buenas noches Roberto y todos los televidentes —sonrió a la cámara. De fondo, algunos de los amigos y familiares que habían concurrido a la convocatoria, miraban la situación—. Sí, nosotros estamos pidiendo que por favor, si son tan amables, quien haya encontrado el juguete de Mauricio, que pueden ver en esta foto —el camarógrafo hizo un paneo hacia la imagen impresa que Isabel sostenía—, que seguramente lo haya encontrado en esta misma plaza o en los alrededores, entre el día miércoles y hoy viernes. Por eso nos convocamos hoy para este aplausazo, que es lo que estamos haciendo, así como cuando un chiquito se pierde en la playa o en cualquier lugar, ¿cierto?
—Roberto, ya te puede escuchar Isabel para que le puedas hacer alguna pregunta —informó Mariano mientras se veía en la imagen a Isabel colocarse el auricular.
—Buenas noches —saludó ella con una sonrisa.
—¿Qué tal, Isabel, cómo estás? ¿Cuál fue el lugar en que perdió el juguete Mauricio?
—Y ahí por el sector de juegos —señaló detrás de cámara—. Pero no sabe bien dónde; es que estaba jugando con otro amigo y se distrajo. Se habrá ido un ratito, se habrá colgado y cuando volvió, ya no estaba más.
—Claro, entonces seguramente será la última vez que le pase, y Mauricio a partir de ahora estará mucho más atento a dónde deja su juguete —sonrió Roberto, casi parecía natural.
—No, por supuesto que ya esto es para que aprenda la lección, no hay ninguna duda…
—O mismo, si no aparece el juguete —la interrumpió el conductor sin interés pero con el tono de voz algo más elevado—, a lo mejor pueden hacer una colecta entre los que están ahí y ya con eso le compran un par.
—Sí… —Isabel quedó como pensando. Desde su percepción, Roberto era una voz que se veía como un lente negro sin ningún tipo de emoción y una enorme habilidad de encandilarla y verla—. Tal vez, se podría. Pasa que el juguete este tenía…
—¿Cuánto era que tenía Mauricio? —volvió a interrumpir, ahora para preguntar un dato cuya respuesta ya se había dicho y recordaba.
—Diez. Diez años —tratando de mostrar cierta seguridad Isabel.
—Entonces, también, a lo mejor, le pueden decir que las cosas se pierden y que hay que cuidaras; y ya está. Si te vas a papar moscas y dejás el juguete, es muy probable que no siga ahí mucho tiempo. No vivimos en Dinamarca. Nosotros somos Argentina y acá las cosas son así. El que se fue a la villa perdió la silla se decía cuando mi padre era joven hace como cien años y se dice ahora también. Y, a lo mejor, la gente puede aprovechar el noticiero para enterarse de cosas que son temas a atender.
—Eeh… Me parece… —Isabel estaba como si buscara las palabras para contestar a lo que había sentido como una falta de respeto, pero ya era en vano. Unos segundos después, la luz encandiladora se apagó y el lente apuntó al piso, y ni el notero ni el camarógrafo le prestaban atención.
Mientras tanto, en el estudio, Roberto se levantó de un salto de la silla a las puteadas contra el director del noticiero.
—No puede ser noticia en un canal nacional que quince boludos se juntaron por un juguete, Daniel, la puta madre —y revoleó un brazo a un costado.
—Acá se hace lo que yo digo —contestó el otro a los gritos, acercándose—. ¿Me entendiste? Y si no te gusta te mandás a laburar a otro lado.
—Vengo de hablar de cuestiones preocupantes y tengo que entrevistar, entrevistar —levantó las manos como si midiera el tamaño de un pez recién capturado—, a una mina que está pidiendo que le devuelvan un juguete al cheto del hijo. Y ya sé, no me digas nada, son gente con guita que compró el espacio y porque seguro que son amigos de alguien poronga. Si no, no sale esta gansada.
—Sí, tenés que hacerlo… —el director bajó un cambio, sabiendo que prácticamente se denigraban—. Cuchame, te pagan bien a fin de mes, no jodás. Sí, el hijo del nene es uno de los nuevos llegados a la política. Una pavada. Son cosas del laburo.
