508. Intento fallido

4 de mayo de 2025 | Mayo 2025

Camila había encontrado, entre los papeles de su abuela bruja fallecida hacía un mes, las instrucciones para comunicarse con el alma de un muerto y devolverla a su cuerpo. Eso sí: el papel decía expresamente que el sujeto no debía haber muerto por causas naturales («edad o enfermedad») y el cuerpo debía hallarse aún caliente. Una vez frío, se hacía imposible para el alma regresar a su lugar de origen.

Hacía poco tiempo que Camila se había mudado de la casa de sus padres, y aún le faltaba invitar algunas amistades a conocer el departamento de San Telmo donde se había mudado. Entre esas personas estaba su compañera de la facultad, Olivia, la persona perfecta para probar el conjuro quimbanda de su abuela: no era una amiga tan querida por ella.

Cuando Camilia sirvió la cerveza, agregó en el vaso de Olivia un poco de cianuro, robado de la fábrica de plásticos de su padre.

Después de fumar marihuana y tomar unos buenos tragos de cervrza, Olivia empezó a sentirse mal.

—Amiga creo que me pegó re mal el porro —dijo ella entre tosidos.

Camila abrió los ojos un poco más de lo normal y, con una sonrisa, dijo:

—Tomá un poquito más, Oli. Así se te pasa.

Unos minutos más tarde, Olivia estaba muerta. Camila, tan rápido como pudo, la arrastró cerca de la estufa que encendió al máximo y la cubrió con abrigos.

Con una tiza dibujó un círculo alrededor de Olivia y unos pequeños símbolos fuera del círculo.

Olivia, mientras tanto, se levantó de su cuerpo y vio la escena.

—¿Qué onda, boluda, qué pasó? —preguntó, aunque Camila no podía oírla— ¿Qué estoy, muerta?

Camila pronunció unas palabras en bantú y logró establecer la comunicación con Olivia.

—Oli, ¿estás ahí? —preguntó.

—Sí, Cami, acá estoy, amiga, por favor, ayudame —contestó ella, desesperada.

—Tranquila, amiga, ahora te voy a hacer volver a tu cuerpo —contestó ella, demasiado segura de sí misma, mientras Olivia no paraba de repetir «por favor, Dios, por favor»—. Necesito un poco de silencio.

Cuando Olivia se calló, Camila pronunció la frase indicada y miró al cuerpo de Olivia, todavía muerto. Sin decir nada, mientras Olivia preguntaba a gritos si había funcionado el truco, ella corrió a la habitación, buscó el papel de su abuela y volvió junto al cadáver. Repitió la frase dos veces más mientras Olivia insultaba.

—Callate un poco, ¿querés? ¿No ves que me desconcentrás?— la retó Camila y puso la frase en el traductor de Google, para que el celular dijera la frase y le enseñara la pronunciación correcta. Era igual que la que ella había dicho.

Tenía veinticuatro horas para arreglarlo hasta que el cuerpo se enfriara del todo. Sin embargo, pasada media hora de intentos, prefirió insultar a Olivia:

—¿No ves que sos una imbécil infradotada? No me salió porque estuviste jodiendo todo el tiempo. Yo te corto la comunicación ahora. Suerte en el más allá, Olivia —dijo, y la abandonó en su propio departamento, sin contacto con el mundo vivo.

Horas después, compró por internet una motosierra y unas bolsas reforzadas.

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