5. El sorteo

17 de febrero de 2024 | Diciembre 2023

A Natalia, la profesora de matemática del primer año del secundario, no le gustaba que la clase fuera alborotada. Era lo que más le importaba de su rol como docente: no sufrir ella el descontrol de un “rejunte de pendejos malcriados por sus padres que no saben respetar”, como decía en su círculo íntimo. La educación, en cambio, no era tan relevante; de cualquier manera había entrado en una trayectoria hacia la decadencia durante los últimos años.

Además, su salario no representaba un incentivo que le entusiasmara para formar el futuro de la nación. Lo que sí la incentivaba era preservar su salud mental. De ahí el control como necesidad, como calidad de vida. No llevaba ni quince años de recibida del colegio y tenía frescas en el recuerdo, por su reciente época de estudiante, las tácticas de dominación estudiantil que habían funcionado con su generación. Sobre todo del secundario, época en la que se notaba mucho más clara la diferencia entre los docentes a los que se podía boludear y los que imponían que no volara una mosca, ni un comentario.

Sin querer adoptar la imagen del rodete de piedra y una expresión ruda en la cara, Natalia había desarrollado un método más cínico: una mezcla de falso cariño a los niños y pésimas calificaciones a los que no siguieran su estricto reglamento (que estaba pegado en una pared y hacía que se repitiera a cada clase como los mandamientos). Y, para casos incontrolables, el show: un poco de maltrato psicológico y denigración, la puesta en ridículo frente al resto, algo que le salía muy bien por sacarle la ficha fácil al alumnado que, al ser de primer año, ni siquiera se conocían entre compañeros en algunos casos.

Su ejercicio del poder se complementaba con una actividad que le encantaba: el gran sorteo. Una vez por mes les daba una muy buena nota al estudiante que la suerte eligiera de un bolillero, donde cada bolilla representaba a un alumno según el número de orden de la lista.

—Bueno, chicos, chicas, chiques —y miró a la única alumna transgénero del curso agregando un tono de fiaca a su voz—. Vamos a hacer el sorteo de este mes. Como saben, al estar en diciembre, ¡es el último sorteo del año! —y agitó una matraca mientras soplaba un espanta suegras—. Ya sabrán varios de ustedes que nos vamos a ver en diciembre. Bah, es lo más probable, porque con el uno que le puse a todos por hablar en clase hace dos semanas, hay muchos que no van a llegar a levantarla ni siquiera si salen sorteados hoy. Culpa suya por haber estado paveando. Como siempre les dije, la palabra se cumple. Prometí siempre regalar una buena nota por mes, y claro que son como cuatro veces más alumnos que los meses que cursamos, pero bueno… es así. Mi prioridad fue siempre enseñarles matemática y ahora en el examen van a demostrar cómo todos aprendieron a calcular la inflación del mes y del año. A ver quién sale en el sorteo…

Mientas Natalia hacía girar el bolillero, el salón parecía una fotografía. Era difícil captar algún movimiento, ni siquiera por un incontenible estornudo se movía alguien. La manivela se movía rapidísimo, y la sonrisa en su cara era imborrable. Frenó. Sacó una bolilla. Miró a Pablito Gómez, uno de los revoltosos, y apretó los labios para adentro, como decidiendo si anular el sorteo por ser él el ganador. Pero le cortó la ilusión de un saque:

—¡Ganó Verito Gómez! —hizo girar la matraca y sopló, ahora, una corneta—. Muy bien, Verónica, vos seguramente puedas rendir la materia bien en diciembre, porque de cualquier manera con el uno, me parece que estás complicada. Veremos cómo te va en el examen, corazón. Aplaudimos  a la compañera —algunos lo hicieron suavemente, porque también le molestaba el ruido fuerte a la profesora—. Así que bueno, ya saben, esfuércense para el examen, recuerden que jamás la noche pudo vencer al día, prendamos una vela, encendamos la luz del futuro comienza a despertar, a ponerse de pie, que tienen que resolver la inflación del país ustedes.

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