Era tan grande el botín que el Fondo Monetario había alquilado los servicios de la CIA y las fuerzas armadas norteamericanas bajo el más absoluto secreto. Con una operación de apenas horas que debía pasar desapercibida, el organismo podría cobrar su deuda, los intereses y cubrir los gastos de la operación militar necesaria para su objetivo.
El gobierno yanqui, incluso, se ofreció a colaborar contratando los descuidistas profesionales, gente ágil y astuta, para entrenar a los cavernícolas de sus fuerzas. La operación era más parecida a una colecta que una invasión. Sin armas, solo guantes.
El pueblo estaría dormido diez horas por completo gracias a una nueva arma sónica disparada desde un satélite que ya se había probado para dormir a todo Uruguay durante un día entero. De hecho, ellos todavía creen que hoy es ayer.
Lo único que no podían hacer los miles de soldados y agentes especiales yanquis era perder tiempo o excederse.
Un grupo de libertarios afines al gobierno había marcado, como los judíos en Egipto durante la décima plaga, las puertas de sus casas para evitar ser víctima de la operación. Además, habían pintado cruces blancas con cal para marcar territorios de gente adinerada.
El agente Baker comandaba una cuadrilla de diez hombres. En pleno barrio de Belgrano divisaron una mansión. La puerta estaba marcada. Baker ordenó entrar. Las alarmas sonaban estruendosas en todo el barrio, pero hasta los perros dormían.
Subieron la escalera corriendo, el pasillo era tan ancho que hasta los marines se sorprendían. Baker llamó a uno de sus hombres y entraron en una habitación,
Una pareja de gente grande dormía destapada y con un aire acondicionado que mantenía la pieza caliente. Al señor se le escapaba un huevo del calzón. La señora dormía con los ojos abiertos.
Baker cortó con delicadeza el colchón en varios puntos y metió la mano. Aguantó el peso de los habitantes de la casa y hurgó por todos lados buscando dólares. Pero solo encontró una nota:
“Toto estuvo aquí” decía, y un emoji del dólar con alas.
