496. ¿Cuánto más?

22 de abril de 2025 | Abril 2025

Ese domingo a la tarde, Violeta le explicaba a su hijo Lisandro, de nueve años, en la fila del supermercado que no importaba tanto que no fuera bueno en el fútbol, que la vida tenía más que ver con concentrarse en ser feliz uno con lo que tenga al alcance y aprovecharlo a cada minuto, que era imposible saber cuánto duraría.

La charla se estiraba como chicle porque habían elegido mal la caja: la señora de adelante estaba regateando con la cajera por el precio total. Cuando, sin alternativas, aceptó la cuenta, le pasó la tarjeta a la cajera.

La máquina emitió un pitido que alteró a la señora, aunque intentó disimularlo.

—Me rechaza el pago —dijo la cajera, devolviendo la tarjeta entre sus uñas infinitas y coloridas.

—¿Cómo puede ser? —se ofuscó la señora—. A ver, probá de nuevo.

Otra vez rechazado.

—A ver, debe ser este vino que es carísimo —dijo fuerte, como para que la escuchara la fila que esperaba detrás de ella—. ¿Me lo descontás?

—Tengo que anular la compra y pasar todo de nuevo —contestó la cajera.

—Y probá —dijo la señora y sonrió a la fila. Al menos seis caras la miraban con desprecio.

—Lisandro, lo que te quiero decir es que lo importante es pasarla bien —dijo Violeta, bailando una mano en el aire—. Te debo haber contado de esa vez que salí con Paula y tu tía Juli, que estábamos en un bar boliche, y había un enano sentado a la barra. Y no llegaba. Le quedaba incómodo, casi por el cuello. Era… nosotras nos reíamos, pero estaba mal.

—¿Qué tiene que ver lo que me estás diciendo, mamá?

—Que ven vez de hacer el ridículo, mejor ir a un bar preparado para enanos —contestó Violeta, determinante.

—Rechazado —dijo la cajera, metros más adelante.

—¿Otra vez? —se indignó la señora—. Pero, ¿qué me estás cobrando, querida? ¿Me estás estafando?

—Señora, no me trate de estafadora —contestó la cajera subiendo el tono de voz.

—Oíme, me querés cobrar cualquier cosa —retrucó la señora.

—Hablando de ridículo… —dijo Lisandro, apoyado contra el changuito, mirando hacia la caja.

—No —lo cortó Violeta—. Eso no es ridículo: es orgullo.

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