Liliana salió del departamento haciendo cuentas mentales. A lo que le quedaba, le restó las cuentas pendientes del mes y le sumó alguna posible changa que después cambiaría por un pequeño préstamo igual que los últimos meses. En la cuenta, añadió la posibilidad de comprar unos dólares, ahora que se podía, cosa de recuperar los pocos que alguna vez había comprado, aunque jamás había visto ni tocado.
En eso estaba, completando los últimos números que le había costado los siete pisos y una espera del ascensor extendida —tuvo que llamarlo con la boca unas dos veces y pulsar el botón otras diez—, cuando la interrumpió la portera, Sonia:
—Hola, Lili —le dijo con una sonrisa y la escoba a modo de apoyo, en la vereda.
—Ay, Sonia. Me hiciste perder que estaba contando cuántos dólares me iba a comprar —le respondió Liliana.
—Y, ahora que se puede… —aceptó Sonia mientras asentía.
—Claro, por eso. Porque si no, una nunca ahorra —contestó Liliana, que atendía en una mercería hacía casi nueve años—. Igual, te confieso que me cuesta. Pero siempre hay que confiar.
—Hay que trabajar para salir adelante, ¿no es cierto? —Sonia remarcó el es como para distinguirlo del “nocierto” original.
—Y rebuscárselas. Yo ahora, por ejemplo, voy con mi libreta al mercado. Y ahí tengo todo anotado, los precios, todo —contestó Liliana sacando su libreta del abrigo—. Lo que aumenta, no lo compro.
—Con mi marido hacemos lo mismo —dijo Sonia—. Nos va bien así.
—Hay que encontrar recetas, también. No es fácil.
—Bueno, yo si querés te puedo recomendar. Ahora no tengo acá mi libreta, pero si está en precio el broche de madera, compra un paquete y después te mando la receta. Nosotros los hacemos a la pomarola, quedan como unos bifecitos tiernos bastante ricos.
—¿Sí o sí de madera? —preguntó Liliana, como para no confundirse.
—Sí, porque el de plástico es muy difícil. En general queda crocante, no parece bifecito. O si le das mucho, se te hace como una pasta gomosa en la salsa.
—Ah, qué bien.
—Sí. Después, bueno, si querés comer algo con crema, andá a la góndola de limpieza y vas a ver que hay unos que dicen “crema”, que te viene como concentrado. Si no subió todavía, eh —remarcó Sonia—. Nosotros le ponemos agua y… va. No es como la crema, pero está en precio.
—Ay, Sonia, menos mal que te encontré, querida. Voy a traer lo que encuentre y después te cuento —saludó Liliana, emocionada.
