491. Y cierran el juego

15 de abril de 2025 | Abril 2025

El día empezó muy tranquilo para Emilio Álzaga. Se despertó cuando escuchó ladrar a uno de sus perros, afuera de su ventana y vio que el sol ya estaba alto. Había dormido casi diez horas y hubiera podido seguir un rato más. Solamente interrumpió su descanso porque se acercaba la apertura de la bolsa.

Caminó descalzo —le gustaba sentir el piso de madera en los pies cuando no hacía frío— hasta la cocina, después de un paso por el baño. Se cortó una porción de torta, preparó el mate y salió a desayunar afuera.

Desde su estancia no se veía el final del campo. Hasta donde llegaba la vista, todo era suyo. Los perros salieron a su encuentro moviendo la cola y él, después de apoyar las coas en la mesa de hierro, los saludó.

Ahí vivía solo, con sus perros, tranquilo. Su esposa había fallecido y sus hijos se repartían en distintas partes del mundo, aunque la menor vivía en Recoleta. Ni siquiera los peones vivían cerca: la parte productiva del campo estaba lejos. Él se había quedado en el casco histórico y la arboleda.

Ya no le gustaba ni siquiera tratar el ganado. Ahora, Emilio se divertía jugando en la bolsa, desde su computadora y su internet satelital.

Los perros ladraron cuando él terminaba de desayunar. Se escucharon cascos trotando sobre piedras y apareció Irineo Oyola, uno de los peones, que vivía en una casa común con el resto del personal.

—Buen día, don Emilio —cabeceó Irineo.

—¡Leguisamo! —lo saludó Emilio—. Vení, pasá. No me traigas malas noticias, te pido. Dame un minuto —y se levantó para ir a buscar su computadora portátil en la mesa del comedor.

Cuando volvió, Emilio repartía su mirada entre el peón y la pantalla, donde veía cómo estaban sus activos.

—Ahora, sí, querido, decime. Yo mientras voy viendo algo, pero te escucho —dijo y empezó a cliquear y teclear con la tranquilidad de saber que cualquier cosa que dijera el peón no sería trascendente para él.

—Don Emilio… yo sé que debo todo a usted, que me dio trabajo y techo. Pero ahora le quería pedir…

—Para eso estoy, Irineo. Sin titubear, vamos —lo interrumpió Emilio sin mirarlo.

—Bueno. Es… mi hijo Samuel. Necesita hacerse aparatos para los dientes, ¿vio? Y el tratamiento sale un poco caro. Le quería pedir si no me podrá prestar seiscientos mil pesos.

—¡Qué lástima, Irineo, querido! Me acabo de quedar sin pesos, justo compré dólares, ahora que están baratos. Pero te doy seiscientos y vos me devolvés setecientos a fin de año, ¿te parece? Así llegás a juntar tranquilo.

—Eh… bueno, sí, patrón. Muchas gracias —contestó Irineo, resignado y con una sonrisa forzada.

—Por favor, querido. No es nada. Además, estuve pensando, les voy a tener que sacar la canchita de fútbol a ustedes para poner más silobolsa, porque hasta que crezca el dólar voy a vender poco y nada —aprovechó Emilio a dar la mala noticia después del favor—. Avisale ahí a los muchachos.

—Cómo no, don Emilio. Muchas gracias, de nuevo.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.