49. Gesta paródica

18 de febrero de 2024 | Enero 2024

Cuando Romina abrió la puerta de su casa, lo primero que vio fue el filo del sable corvo de cartón pintado a centímetros de sus ojos, acompañado de un grito “¿quién se atreve a irrumpir en mi morada?”. Eliel, su hijo, la abordaba en guardia con sus diez años y una emoción nunca antes vista en la familia. Tenía puesto el disfraz que su madre le había conseguido para el acto en honor al padre de la Patria. En realidad, tenía solamente la parte de la cintura para arriba; abajo no había más que medias y un calzoncillo slip.

—¡Eli! —se sorprendió su madre, sonriente—. ¿Qué hacés vestido así?

—No soy Eli, soy San Martín, mamá —se desinfló de su postura guerrera y se quejó alejándose de su madre.

—Ay, bueno, don José, disculpe. No lo reconocí… ¿Por qué no te pusiste los pantalones también?

—Me los puse pero se me volcó chocolatada.

—No, hijo, dale, me estás jodiendo —lo retó Romina.

—Ya lo puse para lavar.

—Bueh… ¿Y qué estuviste haciendo desde que volviste de la escuela?

—Me estuve compenetrando con el personaje —y volvió a blandir el sable.

—Muy bien, Eli. Guarda con el sable que no se te rompa antes del acto. Qué bien te queda ese disfraz.

—Es un uniforme, mamá, no un disfraz— y la burló con una mueca.

—Uniforme, eso —Romina revoleó los ojos—. Che, ¿y la tarea la hiciste?

—Debemos hacer la travesía en mula, así cruzaremos los Andes por el paso de Uspallata, el elegido por el General Las Heras —Eliel engrosó la voz y adoptó un semblante serio.

—Bueno, perfecto. ¿Y matemática?

—No, mamá, hoy era día libre. Día sanmartiniano.

—¿Eh? ¿Qué día sanmartiniano ni que ocho cuartos, Eliel?

—Y sí, si tengo que practicar para el acto: “debo liberar a mi país, a Chile y Perú. Seamos libres, y lo demás no importa nada” —citó una línea del diálogo redactado por su maestro.

—Eliel, a mí me encanta que estés así vestido y contento por el acto —Romina estaba de brazos cruzados—, pero acordate que además del acto tenés que estudiar, te pidieron que hagas un trabajo sobre el cruce de los Andes, que me dijiste que lo ibas a hacer hoy, además de las multiplicaciones que te mandaron…

—Ufa, mamá…

—A ver, está bien, Eli, que te diviertas. Me encanta. Pero así como tu padre y yo vamos a la oficina a trabajar, vos tenés que hacer tus tareas y trabajitos también. Andá, traé el cuaderno que nos sentamos ahora en un rato y lo hacemos.

Y así el día mágico de Eliel se convirtió de pronto en una aburrida tarde de obligaciones sin el valor y el coraje que había sentido cabalgando un escobillón sobre los sillones y la mesa de su casa. Una forma más de conocer la madurez. 

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