Elías se despertó más temprano que cualquier otro día. En vez de tren y colectivo, tenía que tomarse dos colectivos que iban a tardar, en total, el doble de tiempo que lo que solía costarle llegar al trabajo. A diferencia de un día común, no se duchó. Solamente se lavó la cara y los dientes. El dueño del local había dicho que si llegaban tarde les descontaba igual.
—¿Qué hacés, hermano? —le preguntó Marcelo, el vecino, sentado en el patio delantero en cuero y pantalón de entrecasa, cuando lo vio salir.
—Buen día, Marce. Me voy a laburar…
—Hay paro, viejo —contestó Marcelo con las manos abiertas al cielo.
—En mi trabajo, no. Estoy en negro, viste, no quiero… —lamentó Elías con una mueca—. Además, así tengo algo para hacer. ¿Vos no laburás hoy? Te vas a aburrir.
—No, ahora, en un rato, la despierto a la boluda esta a cachetazos que hoy seguro la fajo un rato —dijo Marcelo hablando sobre su pareja—. Y después me pongo a estafar viejos por redes un rato.
—No seas así, Marce, si Valeria es un amor de mina.
—Eso lo decís vos, que no tenés que renegar cada vez que limpia la casa como el orto.
—Te vas a ganar un problema al pedo… Hablando de eso, ¿no ibas a ir hoy a ver a tus hijos y pasarle la cuota a Laura?
—Iba a ir. Pero ahora le digo que estoy de paro y que se vaya a la mierda —dijo Marcelo acariciándose su prominente panza.
—Marce, los chicos no tienen la culpa, no seas así.
—Y yo tampoco. Ella tiene la culpa, si es la que no se tomó la pastilla del día después —se encogió de hombros—. Y yo que se la había comprado, eh.
—Bueno… voy a ir arrancando que, si no, llego tarde. Encima, después del laburo me tengo que ir a ayudar a mi vieja que tiene que mover unos muebles, no sé qué cosa…
Justo en ese momento, empezó a sonar que en la casa de al lado, la pareja que ahí vivía amanecía a golpes y gritos.
—Eh, acá ya arrancaron, viejo. Me van a sacar ventaja, Eli. Te dejo que me voy a despertar a Valeria.
—Nos vemos, Marce —contestó Elías y siguió su camino.
