47. Contá vos

17 de febrero de 2024 | Enero 2024

Las calles centrales de las capitales de las provincias a lo largo y ancho del país se colmaban de columnas de laburantes de distinto bolsillo, situación registral, ideología y rama de trabajo en lo que era la protesta más importante de las tantas que ya había visto el nuevo gobierno. Sindicatos que no acostumbraban al reclamo y la lucha habían organizado grandes convocatorias y, a pesar de que la huelga era de media jornada, el deseo de participar de la movilización se expresó más que nada.

Mientras tanto, el inexperto gobierno se enfrentaba al dilema de saber cuántos eran los manifestantes y, en función de eso, definir su respuesra. La mayoría de los funcionarios no sabía cómo actuar frente a las manifestaciones y la funcionaria que debería saber cómo actuar proponía únicamente la represión y el show.

Si bien las fuerzas de seguridad cuentan con criterios y herramientas para aproximar un número, los recientemente empoderados funcionarios desconfiaban de prácticamente cualquiera que no fuera del riñón. Por eso, desde el entorno del presidente se tomó la decisión de ordenar al vocero presidencial, a la ministra de seguridad y a un tuitero aliado que se encargaran de realizar el cálculo que luego debía comunicarse en las vías oficiales y al mismo presidente.

La situación en la oficina brindada por la Policía Federal era un tanto bizarra: la ministra no parecía estar en un día de trabajo sino de fiesta y le costaba hilar algunas oraciones, el vocero aparentaba estar dormido, y el tuitero estaba infantilmente excitado.

—A ver esta mierda… —se quejó la ministra mientras se sentaba en la silla—. ¿A vos te parece una ministra teniendo que hacer una cosa así?

—¿Y un vocero? —el otro quiso sumarse relevancia pero la ministra se encogió de hombros y ni lo miró.

—Traje papas y coca —se anunció el tuitero al llegar—. ¿Qué hay que hacer?

No le contestaron a él, prácticamente lo ignoraron.

—¿Arranco yo? —dijo el vocero.

—Dale —respondió la ministra.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

Y llegó hasta trescientos veintidós.

—Me cansé, seguí vos —dijo el vocero.

—A ver… ¿Trescientos veintidós quedaste? —a la ministra se le patinaba un poco la lengua—. Pasa que está todo borroso, no veo nada.

—Pero si tenés los anteojos puestos.

—Sí, igual. Contá vos, nene —le dijo la ministra al tuitero.

—Eh… para mí hay como quinientas mil personas, algo así.

—¿Qué? ¿Qué decís, nene? ¿Jugás para estos vos? —contestó el vocero y señaló las pantallas frente a ellos.

—No, no. Para nada. No sé… ¿Trescientos? No, ni idea. Yo soy malísimo para esto —se excusó antes de que volvieran a retarlo.

—Cien mil, con toda la furia —sentenció el vocero.

—No. Tanto, no —corrigió la ministra—. Cuarenta mil digamos y ya está, así no hay que andar contando nada.

—Pero… no es verdad —acotó por lo bajo el tuitero.

—Pendejo —lo miró el vocero con cara de culo—. Acá la verdad es la que decimos nosotros.

—Pero cualquiera que vea la tele hoy va a saber que mentimos.

—¡Ja! ¡La tele! —se rio la ministra.

—Nadie mira ya eso. La gente se entera por redes, y ahí los que decidimos somos nosotros.

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