464. Son todos iguales

19 de marzo de 2025 | Marzo 2025

Orlando Jiménez era pescador, igual que su padre, su abuelo y su bisabuelo, Vicente Jiménez, al que había llegado a conocer, pero jamás había visto pescar por estar ya viejo. Decían que era increíble verlo sacar peces, usando solo las manos, uno atrás del otro. Gracias a él, Santa Ana, el pueblito de Entre Ríos donde había ido a parar desde la ciudad de Corrientes, se había alimentado y, decían, no sería nada de no haber sido por Vicente.

El abuelo de Orlando había aprendido de su padre, pero no era tan bueno. No sacaba nada con las manos. Dependía de las cañas y, en el último tiempo, de los espineles, que antes no conocía. En Santa Ana lo tenían como el hijo del pescador, pero el mote no le cabía a él.

Y luego, el padre de Orlando, ya casi pescaba sin ánimos. No era lo suyo, en realidad. Lo hacía porque no sabía hacer nada más, y el pueblo no ofrecía muchas opciones. Justo cuando estaba a punto de irse, embarazó a su china y nació el gurí Orlando.

A Orlando le tocó aprender más que nada de su padre. Un tipo que miraba al río Uruguay como con desdén, casi lamentando estar frente a él. No le gustaba ni para meterse, aunque el calor le hiciera correr la transpiración por el rostro.

Mal que mal, Orlando se las arreglaba para mantener la tradición familiar y bancar a su familia con eso. Pero no tenía los mismos conocimientos que sus antepasados.

Para Orlando, los peces eran todos parecidos. Sí, alguno tenía más color que otro, alguno de repente era más rico, o tenía menos espinas. Pero él sacaba lo que daba el río y listo. Lo mismo una mojarrita que una boga o una palometa.

Habrá sido la suerte, estar en el lugar indicado en el momento indicado, que un día, Pedro Vila se lo cruzó en la costa del río pescando. Y lo vio sacar un dorado, grande, hermoso. El dorado luchaba y saltaba adentro de una palangana enorme, sobre otros peces muertos, mientras Pedro lo miraba.

Pedro Vila quedó maravillado. Él era oriundo de Salta y se había mudado a Chajarí, ahí cerca, por negocios forestales. Estaba preparándose un estanque en el fondo de su casa, y le pidió a Orlando que le consiguiera veinte de esos peces, a cambio de buena guita.

Cuando Orlando los tuvo, los llevó hasta el lugar y los soltó en el estanque. No había un solo dorado. Pedro Vila le preguntó por qué le había llevado esos peces si no eran los que él quería.

Orlando contestó que bueno, los peces son todos iguales, salen del mismo río y, a fin de cuentas, tienen todos el mismo sabor, como si no hubiera entendido que no eran para comer, sino para mirar.

Pedro Vila le pidió que se los llevara y, aunque el estanque tenía apenas quince metros de diámetro, Orlando, que no había llevado ni cañas ni red, intentó usar las técnicas ancestrales de su abuelo Vicente y cazarlos a mano limpia. Se fue, frustrado, sin plata y sin sacar un solo pez.

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