Verónica Lambois era la primera econutricionista de la historia del país. El prefijo “eco” lo había incorporado a su labor profesional más por económica que por ecológica, pero, como para no perder clientes que pudieran venir por uno u otro lado, prefería no aclararlo hasta la primera consulta, en la cual ella explicaba que promocionaba un método “saludable, económico y amigable con el medioambiente”.
Ya llevaba quince meses de trabajo de ese método en su consultorio privado. Había intentado llevarlo a algunos centros médicos que lo rechazaron y sugirieron seguir con el desarrollo habitual hasta ese momento.
En su primera sesión, Verónica le había aclarado a Evelyn, una de sus primeras pacientes, que debía eliminar todo lo que fuera consumos “divertidos”. Así le llamaba las bebidas alcohólicas y todo lo que fuera placentero e innecesario como los dulces y postres.
Al otro mes, se eliminaron las carnes rojas y el pescado —éste por su costo—, y se aumentó la dieta de legumbres. Así, consulta tras consulta, Evelyn, al igual que el resto de los pacientes, redujo su consumo hasta la consulta de esa tarde:
—Hola, Eve, ¿cómo estás?
—Bien, un poquito mareada, nomás —contestó Evelyn, con la piel pálida y algo tambaleante.
—Ah, pero te ves… fenomenal —contestó Verónica, con una gesticulación exagerada—. Re flaca, esbelta. Cómo bajó esa pancita, ¿no? —sonrió Verónica—. Vos ahora estás con arroz y arvejas, ¿verdad? —le preguntó mientras consultaba la ficha.
—Sí, por eso te quería consultar si podemos agre…
—Y tu bolsillo, radiante, ¿no? Debe estar abultadísimo. Te iba a comentar algo de eso, ahora las consultas aumentaron, ¿sabés? Porque, bueno, a medida que vamos aumentando los resultados, también… —estaba por cerrar Verónica cuando Gabriela, su secretaria, abrió sin golpear.
—Vero, llegó esto, que lo trajo un oficial no sé qué cosa —dijo Gabriela y le alcanzó un papel—. Dice que te hicieron una causa penal porque se murió Emiliano Céspedes.
—¿Emiliano? Pero si vino el otro día, estaba espléndido.
—Sí, una lástima.
—Bueno, pero, ¿qué tengo que ver yo? —preguntó, indignada Verónica.
—El muchacho que vino dijo que era por algo del tratamiento, pero… —y justo cuando estaba terminando la frase, Evelyn se desplomó hacia adelante, dando la frente un golpe seco contra el escritorio de Verónica.
—Uy, Evelyn —reaccionó Verónica—. ¡Evelyn! ¡Levantate! Dios mío, otra más. Llamalo al portero para que te ayude a sacar a esta chica a la calle, haceme el favor, Gabi querida.
—Creo que Mario hoy se tomaba el día, ahí me fijo.
—Bueno, la bajás vos si no, por favor —dijo Verónica que ya juntaba sus cosas para irse—. Ah, antes fíjate si tiene tarjeta o efectivo o algo ahí en la cartera así le cobramos. Y mañana no vengas. Pasado, tampoco. Yo te llamo.
