461. Una de acción

16 de marzo de 2025 | Marzo 2025

El cine estaba mudo. La película empezaba con el presidente, un hombre noble y bondadoso, poderoso por contar con el amor de su pueblo, que se anoticiaba de la peor noticia: sus peores enemigos, la mafia del bingo, liderada por la villana Norma, quería destruir su gobierno, responsable de todo lo bueno y ajeno a todo lo malo que jamás hubiera ocurrido en el país.

La villana Norma tenía poder y riqueza gracias a que su mafia había logrado sostenerse mediante desfalcos millonarios contra el Estado. El pueblo entero estaba aterrorizado por ella.

Hasta que, todos unidos, habían decidido defenderse eligiendo al único hombre que se animaría, al que tenía el coraje suficiente para enfrentarse a Norma y sus secuaces. Ni bien comenzó su gobierno, el presidente tomó medidas al respecto.

La villana intentó, sin éxito, recuperar su poder. Como no lo lograba, mandó a contratar a un ejército propio de barrabravas, listos para ir a derribar al gobierno y retomar el control del país.

El presidente, preocupado por el escenario venidero, estaba a punto de tirar la toalla, de rendirse e irse a su casa, para devolver el poder a la vieja Norma y sus aliados de la casta.

Justo entonces, una fiel amiga de toda la vida, que en realidad estaba peleada a muerte con él, se presentó para ayudarlo. Solo ella tenía el plan correcto. El presidente sintió que, entonces sí, tal vez, había una chance de evitar el regreso de Norma.

 El escenario para la batalla ya se había pactado. Sería a las cinco de la tarde en el Congreso. El gobierno sabía que los barrabravas y sus aliados no faltarían al trabajo ni para un golpe de estado, así que algunos de ellos llegarían tarde. ¿Era mejor pegar de entrada o esperar un rato a que llegaran todos?

Por las dudas, el gobierno, con hombres vestidos de azul, fue puntual y a las cinco empezó a repartir. No con todo lo que tenía, solo lo necesario como para disuadir a sus rivales, que andaban desnudos y con trapos en sus rostros.

De pronto, los barrabravas empezaron a llegar en grupos y eran demasiados. La sala del cine se conmovía: si dependiera de la cantidad de soldados en cada bando, el final del gobierno sería inminente.

Pero, gracias a las fuerzas del cielo, los barrabravas habían olvidado llevar su armamento. Solamente los azules, los buenos, tenían el equipamiento necesario. Y empezaron a pegar de lo lindo. La sala del cine festejó.

Y el festejo se transformó en murmullo cuando, entre el bando de los barrabravas, aparecieron algunos hombres que ya se habían visto como miembros de los azules. Algunos espectadores necesitaron consultar si se trataba de un giro narrativo o si faltaba presupuesto o qué.

Entre chorros de agua, humo, disparos y palazos, los azules lograron correr y castigar a muchos de los barrabravas de Norma. Incluso capturaron a varios como prisioneros de guerra, algunos que ni siquiera los espectadores se habían dado cuenta que eran parte de los rivales.

Finalmente, el presidente podía mantener el gobierno en favor del pueblo y resistir, una vez más, contra el poder de la vieja Norma. Eso sí, había sacado la lección: no relajarse y dejar que un nuevo ataque lo agarrara desprevenido.

La escena final mostraba al presidente festejando con su amiga ideadora del plan y otros colegas.

Cuando la película terminó, a algunos espectadores les pareció buena; a otros, un poco obvia, previsible. Sonó algún que otro aplauso antes de que la sala quedara vacía y el público volviera a enfrentarse con la realidad.

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