Ordóñez llegó tarde y rengo a la comisaría. Tenía, debajo del pantalón, una venda que le rodeaba la pierna apenas a dos centímetros de la rodilla. El subcomisario, Oscar Antúnez, que pasaba por la recepción porque había ido a buscarse un café a la cocina pero más porque, cada vez que podía, se acercaba a la oficial Batalla, como para embelesarse con su figura y hacerle algún comentario, ni bien lo vio a Ordóñez, salió al cruce:
—Darío, ¿sos pelotudo?
—Buen día, señor —contestó Ordóñez.
—Saliste en una foto revoleando piedras, a cara descubierta, contra los compañeros. Ahora te va a caber la denuncia del gobierno por los daños, seguro —dijo el subcomisario y le mostró, en la pantalla de su celular, la foto donde se lo veía en pleno acto.
—¿Y ahora? ¿No puedo zafar? ¿No me cubre el gobierno, algo? Yo fui a trabajar.
—No creo, menos si llegaste tres horas tarde hoy —contestó Antúnez con desprecio, para hacerse el importante ante la oficial Batalla.
—Pero porque me detuvieron y recién me largaron. Tuve que hacerme pasar por barrabrava y todo… me miraban raro los demás detenidos. Y uno casi se da cuenta de que yo lo había agarrado dos minutos antes.
—¿Cómo que caíste detenido, Darío? ¿Sos pelotudo? No servís ni para espiar. No te van a llamar más —dijo Antúnez mirando a Batalla y tomó un sorbo de café.
—Mejor, que no me llamen, si ni me pagan extra y me expongo.
—¿Qué querés que te paguen, pedazo de vago? Es tu trabajo. ¿Sos policía o no sos policía?
—Sí, pero… bueno, que me llamen de nuevo —aceptó su alma de gorra, resignado.
—Y si tu idea es entrar a un grupo especial, y no te alcanza con lo que hacemos acá… igual, bastante especial ya sos, pero por lo inútil, digo. Debés ser el único policía que detuvieron —se rio Antúnez.
—Pasa que un gendarme me tiró un balazo acá en la pierna me dejó todos los perdigones en la carne. A dos metros estaba. Yo le dije “soy policía, soy policía”. Me reventó la pata y ahí ya me detuvieron. No me creían.
—Ordóñez, Ordóñez… ponete a ahorrar ahora, eh. Fijate de buscar un buen abogado que te defienda de tus crímenes —se burló Antúnez y encaró para su oficina.
