456. Para lo peor

12 de marzo de 2025 | Marzo 2025

Mi vieja nos había convocado a mi hermana Luciana y a mí, para juntarnos en su casa, que también había sido nuestra casa hasta que nos fuimos e hicimos nuestras familias. Cuando nos convocó, mamá dijo que tenía que decirnos algo muy importante, que había llegado el momento. Papá estaba en el hospital, internado por los pulmones.

—Bueno, chicos, chiques, como se dice ahora —arrancó mamá que, la verdad, después de tantos años siendo cajera de un lava autos de Pompeya, era bastante formal—. Con todo esto de su padre, que Dios lo proteja —y apuntó al cielo con la mano—, creo que llegó el momento de confiarles un secreto —dijo en voz baja.

—¿Qué pasa, mamá? ¿Qué secreto hablás? —preguntó Luciana, que se reía y me miraba para ver si yo estaba en la misma. El secretismo era raro para nuestra vieja.

—Voy al grano —resolvió mamá, que hablaba todo pausado—. Desde que estamos juntos… con su padre tenemos una plata guardada, invertida, que se va multiplicando porque un asesor financiero que conoce a su padre nos dice… bueno, no sé cómo es. De esto hace ya unos cuarenta y siete años.

—¿Eh? —gritó Luciana, que estaba entre creer que era una joda o el mejor día de su vida.

—Sí, tenemos una plata. Es bastante, de hecho. Imagínense ustedes, tanto tiempo…

—Mamá, ¿vos estás bien? —le pregunté yo, preocupado, por si le estaba patinando la cabeza.

—Sí, claro que estoy bien. Claro que estoy bien —repitió, seria, como para que no haya lugar a dudas.

—A ver, ¿y cuánto hay? —preguntó Luciana—. ¿Media luca verde?

—Casi un millón de dólares. Bah, en total, novecientos setenta y ocho mil tr…

—¿Qué? —gritamos Luciana y yo al mismo tiempo. Después seguí solo yo—. ¿Vos me estás jodiendo, mamá?

Ella, callada, levantó un papel de la mesa y nos lo mostró. Decía un número de cuenta y lo que había depositado. Era real.

—Vieja, ¿vos me estás cargando? —le dije yo—. Me quedé sin laburo hace medio año, vivo de prestado, debo alquileres, ¿y no me ofrecieron nada? ¿Ni una mano? ¿De dónde salió toda esta guita?

—Ya les di… —empezó ella y Luciana la interrumpió.

—Tus nietos van a la escuela sin mochila porque no la puedo pagar, el guardapolvo de Bauti está destruido, me hago cargo de los pibes sola… No entiendo nada.

—Es que teníamos la plata guardada por si pasaba algo así, como lo de su padre.

—Pero si a papá le está cubriendo todo la obra social, ¿qué decís, mamá? —le grité levantado de la silla.

—Nosotros siempre les enseñamos a ustedes a prepararse para lo peor —ella contestaba tranquila, como si nada.

—Pero no sabíamos… —arrancó Luciana y se calló un segundo—. Te iba a contestar en serio, pero esto que decís es todo un delirio. Andate a la mierda, mamá —se levantó y se fue. Yo me quedé con mamá en silencio un minuto más y también me fui.

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