453. Los dientes

10 de marzo de 2025 | Marzo 2025

La primera vez que me detuvieron yo tenía dieciséis, pero parecía de más. Igual que ahora, que todavía parezco de más, aunque haya pasado mucho desde ese día. Yo iba con mi primo Alan por Recoleta, que habíamos ido al cine porque él, que había pegado un trabajo, me invitó.

Después de la película compramos una coca y nos pusimos a comentarla ahí. En eso nos acordamos de una parte graciosa de la peli y la cagamos: nos reímos.

Estábamos al lado de una pizzería, y salió el gorra del gerente, no sé qué sería, de ahí, de la pizzería. Me encara directo a mí:

—¡Ey! ¿Qué hacés pendejo? — me dice así medio a los gritos—. Acá no, eh.

—No, no, pero… —empecé yo todo tímido y él me cortó al toque.

—¿Querés que llame a la policía? Andá a hacer eso a tu ciudad —me tira así como, si yo fuera del conurbano, porque ahí sí se podía, pero acá no.

—Yo ya la llamé —contestó una clienta, re botona, desde una mesa, con una sonrisa de oreja a oreja. Una boca enorme tenía.

—Pero si tengo permitido yo —le digo. A todo esto, mi primo estaba al lado, y a él no le decía nada porque es más blanco. Yo soy más negro por parte de padre, pero en la familia de él son blancos. Pobres, pero blancos. No se les nota tanto.

—¿Con ese color lo tenés permitido? Tomatelá antes de que venga la policía, pendejo, que me vas a espantar a todos los clientes —agita el gerente, y justo ahí, cayó la gorra.

—¿Qué pasa acá? —preguntó el rati que se bajó del patrullero y me encaró.

—Se está riendo, oficial —botoneó la cliente que los había llamado.

—Nosotros tenemos permitido… —arranqué yo y ahí saltó mi primo:

—Vos también sos negro, pero estás maquillado —se atrevió el Alan. Al rati se le notaba el maquillaje mal puesto, veteado con el marrón de la piel.

—Yo no ando riéndome donde no me corresponde, negro cabeza —me dice el rati a mí, al Alan no le dijo nada.

—Es que no me reí, era que me dolió acá… —empecé a inventar un chamuyo tocándome un hombro como para zafar.

Y ahí el Alan dice:

—Más negro cabeza sos vos, mirate al espejo, amigo.

—¿Qué me dijiste, la concha de tu madre? —me dice el rati a mí y se me viene al humo. En un toque me puso una piña y me cazó a dos manos. No sé, hizo así rápido y no me podía mover.

—¡No dije nada yo! —le grité con dolor. Me revoleó adentro del patrullero.

—Ahora en la comisaría te voy a borrar la sonrisa a pijazos —me dijo el rati puto ese. No pasó eso al final. Pero yo aprendí que, para ellos, nuestra alegría puede ser peligrosa.  

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