440. Me escucho y sigo

24 de febrero de 2025 | Febrero 2025

El jefe estaba golpeado. La estaba pasando mal porque se había hecho viral, a niveles impensables, un video de él intentando levantarse, desde su auto, a un chico menor de dieciséis años que esperaba el colectivo. A esa altura de su vida, con el éxito recién conseguido, justo cuando podía regodearse frente al resto, le había caído como una bomba.

En el video, el jefe le preguntaba al chico si sabía dónde podía conseguir un pibe para coger, mientras se masturbaba con la verga al aire. El adolescente se reía, mientras lo grababa con el celular en el que un minuto atrás visitaba sus redes.

Antes de que el jefe se enterara, el video estaba girando en teléfonos. El mundo de las finanzas es chico y todos se conocen. No tardó en afectar su reputación.

La familia se destruyó. Su esposa lo dejó. Le dio un beso tierno y un abrazo y le sugirió seguir su camino de felicidad con chicos menores abanicándole el sobaco en una playa. Sus hijos, de edades cercanas a la del adolescente cortejado, también le impusieron distancia.

Pero, en la oficina, ese lugar donde él reinaba, la cosa no cayó mal. Después de todo, ¿quién no había intentado levantarse un pendejo en una parada del colectivo?

El jefe, entonces, organizó una fiesta sorpresa para sí mismo. Debía instalarse como iniciativa nacida de los empleados que tanta estima y amor sentían por el jefe. La encargada de la difusión fue Nelly, la secretaria de hacía veinte años.

Al principio caía raro: no era ni el cumpleaños del jefe ni existía alguna hazaña que convocara a celebrar. El único evento cercano era malo para él.

Nelly invitaba emocionada. Le importaba un huevo lo que hiciera su jefe, ella lo quería. Todo lo malo que se decía de él, Nelly lo tomaba como falso. Gracias al jefe ella tenía un trabajo estable y una buena obra social. Ella se encargó de que hubiera torta, alcohol, comida rica.

Incluso más, Nelly tenía preparada una sorpresa especial. El jefe había entrado hacía poco a la fiesta, pero ya se reía y compartía algunos tragos con algunos de los casi cincuenta empleados que tenía a su cargo.

Tenía puesto su mejor traje, uno azul oscuro que le quedaba pintado y le hacía sentir seguro. El perfume importado que se olía detrás de cada paso suyo también marcaba presencia.

—Bueno… ¡bueno! Acá, atención, por favor, un segundito —convocó Nelly desde la puerta de la cocina—. Con algunos acá le conseguimos al jefe, que tanto queremos, un obsequio para darle ánimos en este tan mal momento.

Desde la cocina, salió, casi empujado, el adolescente que el jefe había intentado levantarse en la parada del colectivo, con el torso desnudo y un pantalón de fútbol.

—Ay, ¡pero qué lindo! —celebró el jefe y se le acercó, le acarició la cara y le dio un beso—. Muchas gracias, no se hubieran molestado. Está hermoso —dijo mientras los demás aplaudían por tan grata sorpresa.

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