44. Vagos

17 de febrero de 2024 | Enero 2024

No es porque fueran de mantenimiento, área especial e injustamente acusada de vagancia; pero en este caso el prejuicio tenía asidero y quizás hasta daba origen a que se propagara en otras áreas del Estado.

En el edificio eran cinco los trabajadores a cargo de infinidad de tareas, que iban desde mueblería, calefacción, iluminación y, según la dificultad, hasta obras de construcción, reparación de ascensores y plomería. Sin embargo, era muy difícil lograr que cumplieran con lo que les tocaba. En primer lugar, porque casi no atendían el teléfono. Si, por alguna extraña razón (quizás esperando el llamado de la pizzería para avisar que el delivery estaba en la puerta) llegaban a atender, aparecían diversas excusas: «mandamos a reparar las herramientas», «no nos habilitan la compra de repuestos», «los muchachos están atendiendo un asunto bravísimo en otra oficina», «justo es la hora de la siesta» y demás. Claro que no podían pedir un tiempo para terminar el torneo de truco.

Para completar el panorama, muchas veces era imposible llevar a cabo las reparaciones porque se presentaba solamente uno, «de guardia», aunque debieran encontrarse los cinco. 

Así fue hasta que, por la muerte del jefe de la intendencia del edificio que les permitía su no desempeño laboral, se designó para reemplazarlo a Sosa, el líder en vagancia y faltas de todos ellos.

Fue en ese momento en que la historia cambió: Sosa quiso cambiar la imagen de sus veinte años de vagancia e incluso ejercicio del alcoholismo en el trabajo mediante el recorte de todas las licencias que hasta ese momento disfrutaba. Al mes, de los cuatro hombres a su cargo, quedaron dos. Los despidos fueron dramáticos. «Si vos sos más culo pesado que nosotros», le respondían ante el acuse de vagos con el que justificaba la decisión. Incluso uno de los despedidos logró darle una trompada que le dejó sangrando la nariz, y no pasó a mayores porque lo frenaron, pero Sosa sabía que si se atrevía a responder podía terminar en el hospital.

Después de ese momento, la relación con los dos empleados no fue la misma. A veces cumplieron su trabajo a desgano, y las demás, inventaron nuevas excusas que, por creativas, no admitían quejas y les daban algún grado automático de razón. 

Sosa, por su parte, esperaba tener el reconocimiento y aceptación de jefes que antes lo veían como inferior, casi súbdito, ahora que ponía «orden» entre los que solían ser sus amigos. Lejos de eso, empezaron a verlo como lo que era: un vago de no fiar.

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