—Hola, presi, ¿cómo le va? —dijo María con una sonrisa tan genuina que seduciría a cualquiera.
—¿Qué hacés acá? —preguntó Javier, en el despacho de la Quinta que nunca usaba.
—Vine a charlar un rato, a… reírnos, qué sé yo —contestó ella, relajada.
Recién ahí, el presidente se dio cuenta de que ella estaba apenas vestida y sus curvas eran mucho más grandes que las que había visto en la pantalla del celular minutos atrás.
—Viniste porque estás resentida de que te rompí el culo en redes —contestó el presidente, ofuscado, paseando su mirada entre el despacho y las tetas frente a él.
—Dale, Javier, vengo hasta acá, como para hacer las paces, algo así, y ¿me contestás eso? —María seguía con su mirada dulce.
—Y si… si es verdad, o sea, digo, parecés un mandril.
—Bueno, sí. No me gusta cómo me quedó —reconoció María.
—A ver, mostrame —decía Javier, e intentaba asomarse por la espalda de María. Pero nunca lo lograba. No había culo de mandril ante sus ojos. Solo podía verle el lateral o el frente.
Ni bien terminó de buscar el culo, sin éxito, volvió a la discusión:
—Tendrías que hablar a favor nuestro. Podríamos ser grandes socios —sugirió él con una sonrisa y algo transpiradas las patillas, mientras se acercaba para tenerla entre los brazos.
—Yo vine para amigarme, pero se ve que acá están en otra —ella hizo una mueca de decepción y no lo miró al presidente mientras le rodeaba el cuello con sus brazos.
—¿Qué querés que te consigamos para que estés de nuestro lado? —preguntó él.
—¿No podemos dejarlo para después eso? —contestó ella.
—¿Después de qué? —contestó él.
—Ay, nada —dijo ella y se soltó de las garras del presidente—. Me voy, presi. Voy a seguir atentando contra el gobierno.
Él revoleó un golpe al aire. Cuando su mano cayó, golpeó contra su hombro. En medio de la penumbra de la noche, enredado entre sus sábanas, se agarró la verga y retomó la masturbación de media hora atrás.
