Sonó el teléfono en la oficina del ministro de seguridad, ahora devenida en central telefónica de denuncias en contra de los sindicatos que convocaban a una protesta contra el gobierno.
—Ministerio —levantó el teléfono.
—Hola, ¿ministro? —se oyó al otro lado.
—Sí, ¿qué tal?
—Andate a la mierda, sorete —y el tono de corte.
El ministro bufó y revoleó la mirada por la oficina, serio. Después volvió sobre unos papeles pero fueron algunos minutos nomás lo que duró su atención ahí porque volvió a sonar el teléfono.
—Ministerio.
—Hola, buenas tardes. Llamo para denunciar aprietes del sindicato en mi fábrica.
El ministro, exultante, se acomodó para buscar una birome y anotar en un cuaderno prácticamente en blanco.
—Sí, dígame.
—Mi nombre es Antonio Martínez, tengo una fábrica de galletitas, Galletix SA, y los sindicalistas me están diciendo que van a parar. Estoy desesperado, ¡me van a frenar un turno y medio!
—Ah… claro, hombre, el tema es que este número es para que denuncien los propios trabajadores, no los jefes.
—¿Quién habla?
—El ministro.
—Ah, me pareció reconocerle la voz —se le notaba la sonrisa al otro lado del teléfono—. Y, ¿cómo hago? Tengo que convencer a alguno de que llame —dijo con un tono entre la afirmación y la duda.
—Si tiene alguno, sí… Si no, como ya hice con otros casos, a lo mejor usted puede… personificarse en alguno… o sea… ¿me entiende?
—¿Le hago yo entonces?
—Como le parezca, buen hombre.
—¿Qué tal, ministro? Acá le habla… eh… Tomás Funes —el empresario aguzó la voz y el funcionario, decidido, anotó en su cuaderno—. Me están obligando los delegados a que haga paro.
—Qué hijos de puta, viejo —contestó, compungido, el ministro—. Quédese tranquilo, Funes, que acá se defiende el trabajo de la gente. Vamos a tomar cartas en el asunto.
—Muchas gracias, señor. Siga con su excelente gestión.
Ahora sí, el ministro sonrió y volvió a sus papeles hasta apenas un minuto después en que volvió a sonar el teléfono.
—Centro de denuncias —se le ocurrió una nueva introducción de la conversación, más formal.
—Hola, ¿ministro?
—Así es.
—Gorra hijo de puta. Te va a re caber el paro.
—Andá a l… —empezó a contestar pero ya había cortado.
Justo entonces golpearon la puerta. Se asomó el secretario personal:
—Ministro, están presentando una queja desde el sindicato. Dicen que los están apretando para que no paren.
—¿Y quién los está apretando?
—Nosotros, señor.
—Bah, la puta madre… la sumo igual entonces —y después de anotarla en el cuaderno miró en su teléfono la cantidad de llamadas que habían ingresado en el día—. Pero mirá vos, ¡qué cosa! ¡Con esta queja llegamos a mil! No, casi… Bueno, igual, organizame una nota con alguno de esos medios amigos, así puedo anunciarlo —y sonrió.
