426. Perro guardián

9 de febrero de 2025 | Febrero 2025

Germán Palmeiro era adiestrador de perros, pero le gustaba que lo trataran como “profesor canino”. Había empezado como paseador y, después de mirar muchos videos de Youtube, aprendió rudimentarios métodos de adiestramiento que le dieron resultados cuando practicaba con los perros de sus clientes.

En poco tiempo decidió ofrecer sus servicios. Como el precio era relativamente bajo, algunos clientes lo contrataron y así comenzó su carrera, hasta llegar, en pocos años, a tener una academia de adiestramiento.

Al cabo de un tiempo, decidió crear un nuevo curso, una etapa superior, en la que sus perros y perras aprendían a repeler a un extraño y a actuar en situaciones de defensa. También logró llevar a cabo un curso de caza con perros.

Tenía decidido inventar otro contenido para cuando terminara de dar el nuevo curso superior por primera vez, cosa de mantener a los clientes consumiendo, y se le ocurrió violentar a los animales para una respuesta más efectiva.

En poco tiempo lo probó con un par de perros de amigos que él ya había entrenado, y cuando lo tuvo relativamente probado, salió al juego. Vendió a diez clientes ese nuevo curso, y lo presentó una tarde en su academia:

 —Bueno, bienvenidos todos —saludó Germán, el entrenador, con un perro al lado que no paraba de olfatearle un pequeño estuche colgado de su hombro—. Estamos hoy para comenzar este nuevo curso de entrenamiento de perro guardián y perro de caza. El perro ya sabe cómo defendernos de un ataque, y lo hace, no solo por su comportamiento social, sino también por el premio. Nosotros siempre lo entrenamos con el sistema de estímulo y recompensa…

—Pero Rolo no es ni guardián ni de caza —interrumpió uno, hablando sobre su perro.

—Ah, cierto, Esteban. Andá, andá porque lo van a matar pobre caniche —sugirió Germán, mientras se sacaba del estuche la nariz del perro—. Volviendo al curso. La idea es que el perro tenga más hambre y un poco de violencia en pequeñas cuotas.

—¿Le tengo que pegar al perro? —preguntó uno, atónito.

—No… digamos, sí, pero sin que se dé cuenta. Escondernos para tirarle un pelotazo a la cabeza, alguna patada que parezca sin querer… Va a responder mejor el perro y el resultado va a estar garantizado. Miren, les muestro:

Zamarreó al perro que, desprevenido, se cayó de costado y se levantó.

—A él no le damos de comer hace dos días. Pero está bien. Ahora… —y en ese momento le tiró una patada al perro, sin mirarlo. Entonces, el perro, enojado, se arrojó a morder el pie de Germán. Astuto él, no tardó nada en revolear cerca el estuche con la carne.

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