Hacía como veinte años que yo trabajaba ahí en la juguetería. Una juguetería importante, en una esquina, con historia en el barrio y todo. Si cuando yo entré ya tenía bastantes años. Yo vivía por ahí desde chico y la juguetería ya estaba. Pero nunca pensé que ahí iba a conocer a un luchador tan importante: el muñeco Manfredo.
Lo conocí un día que estaba acomodando unos juguetes en un estante. Recién había sacado del depósito algunos y ahí, entre ellos, estaba Manfredo, que era un juguete de He-Man, pero grandote. Yo pensaba que no se iba a vender nunca, si ya era viejo He-Man, a nadie le importaba.
Cuestión que cuando me doy vuelta escucho que me llaman por mi nombre. Así que miré y no había nadie. “Acá, He-Man”, me dijo. Y así nos conocimos.
Me hablaba a escondidas, porque Aldo, el dueño, no sabía nada. Nadie podía saber. Solo yo. Él hablaba conmigo para no aburrirse nomás. Y yo me lo llevé ahí atrás del mostrador, como para que viera la gente que pasaba por la vereda, la televisión…
Y un día él me dijo “mirá vos, Emilio, cómo son las cosas. Yo te veo a vos, veo a Pablito, que son los que trabajan para que se la lleve el viejo Aldo y me parte el alma”.
Yo le contesté que gracias por el sentimiento pero que la cosa era así desde que el mundo es mundo y que no se preocupara, que nosotros estábamos bien y Aldo no era mal tipo.
Pero él insistió. “Algún día voy a salir de acá y los voy a ayuda a cambiar la historia”, dijo así de clarito. Yo me reí. Apenas si hablaba conmigo Manfredo, ni se animaba a decirle algo al resto.
Una mañana, cuando llegué, Manfredo no estaba. Yo pregunté, pero nadie sabía dónde estaba. Me puse triste. Muy triste. Ya llevaba semanas haciéndome compañía.
En eso miro la tele, que estaba sin volumen, y lo veo ahí, a Manfredo, en el noticiero. ¿Cómo mierda llegó ahí?, me pregunté. Ni siquiera sabía que podía caminar el muñeco éste.
Subí el volumen: le estaban haciendo una nota en pleno microcentro. Y él decía “a los trabajadores siempre los usan los jefes que se quedan con toda la torta”, una cosa así. Y que él venía a salvarnos. Claro, un muñeco que habla, atrae una cámara.
En eso, justo, pasa un nene de… seis años, una criatura, de la mano de la mamá. Y lo cazó y se lo llevó. Nadie lo frenó. Algunos habrán pensado que Manfredo era suyo, a otros no les habrá importado.
Al final de la historia, el muñeco rebelde tenía dueño. Pero no pierdo la esperanza en que ese nenito, algún día y si Manfredo le enseña bien, será el que cambie la historia.
