Lucrecia se había preparado para la primera cita con Fernando con ropa cómoda pero que también le resaltara un poco las tetas, cosa de poder medir su interés desde el vamos. “No falla. En algún momento se les nota”, pensaba ella. Acostumbrada a salir con tipos relajados que, sin dedicarse horas a su imagen, al menos la cuidaran.
Fernando, en las fotos y en el chat, parecía ser un tipo siempre formal y bastante exitoso. Fotos en eventos, siempre vestido de traje al cuerpo, que remarcaba su triangular torso y pecho amplio. Otras fotos en bares, como si fuera después de la oficina, también de camisa, en alguna de esas, arremangada.
Siempre tirando facha y con la sonrisa de publicidad de cepillo de dientes, y una actitud en el rostro que vendía que se sentía como si su futuro estuviera garantizado.
La cita estaba pactada directamente en un bar de Núñez, sugerido por él. Dijo que había un chef espectacular y que era de lo mejor que había. Cuando Lucrecia llegó, Fernando ya la esperaba. La saludo con un beso y una sonrisa.
Retomaron la conversación del chat de la aplicación con unos chistes y unas risas. Fue justo ahí cuando trajeron el pan. Fernando agarró un pedazo de pan con una mano mientras con el índice de la otra escarbó su nariz hasta sacar un moco y lo pegó al pan que, un segundo después, llevó a su boca.
Lucrecia se llenó de asco. Le parecía tan increíble que dudaba de lo que habían visto sus ojos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para hacer de cuenta que no había pasado nada. No tenía la confianza suficiente para decirle lo que pensaba.
La charla siguió muy amena, hasta que él saltó a las intimidades:
—Y, contame… ¿te gusta por el chiquito a vos?
Lucrecia tuvo que pensar a qué se refería. No lo había escuchado antes.
—A mí me encanta, pero vengo mal de la panza, viste… —siguió él antes de que ella contestara—. No te voy a poder entregar hoy. Pero vos a mí, de repente… ¿Sos de jugar por atrás?
—Pero, ¿qué… qué me estás preguntando, Fernando? —contestó ella, descolocada y con una mano apretada.
—No, que… yo encima vengo comiendo picante, viste, lo peor —dijo Fernando y se tocó la panza. Justo, en ese momento, se tiró un pedo con olor nauseabundo—. Uf, no, imposible hoy. Te la debo —se rio él mientras olía su pesado pedo flotar y contaminar todo a su alrededor.
—Sos un asco, flaco. ¿Primero te comés un moco y ahora te tirás un pedo? ¿Qué te pasa, enfermo de mierda? ¿No te da vergüenza? —dijo Lucrecia y se levantó de la silla.
—¿Qué vos no te sacás los mocos? ¿No te tirás un pedo? —retrucó él.
—Sí, flaco, pero no adelante tuyo.
—Ya fue la vergüenza, es para los cagones —contestó Fernando.
—¿Cagones? —se rio Lucrecia—. No, papito. Yo prefiero vivir un lugar donde hacer y decir algunas cosas sí dé vergüenza. Te invito yo, sucio —resolvió ella y dejó unos billetes en la mesa.
