417. Pantriste

31 de enero de 2025 | Enero 2025

¿Había sido ella, Katia, la de la burla de mi pene infantil? Ella rogaba con una mano, bañada en sangre ajena, que no le disparara. Pero menos averigua Dios y dispara. Que se fije con él si se lo merecía o no. El tiro entró justo debajo del ojo. ¿Un lunar más? Rojizo, quizás. Por lo menos era más genuino que las pecas que se dibujaba algunos días. Qué estúpida. Tener pecas un día y al otro no.

Lo contenta que se había puesto mamá ese principio de año. “Ma, me hice un amigo en el cole”. Un anuncio que marcaba… una mierda marcaba. No sé qué carajo habré pensado en el momento. “Se llama Tomi, es como yo. Nos gustan las mismas cosas”.

“Cosas”, porque animé y pornografía en dibujitos con vergas y tetas gigantes no podía decirle a mi vieja. Ni ahora tampoco… Igual ya no la veo. No me visita esa hija de puta. Culpa de ella fue que me trataran así.

Y de Tomás, claro. Entró y era un idiota, igual que yo. Y puto, seguro. Aunque no lo decía. Yo lo vi mirándome en el baño, pero como había besado a Gala nadie me creía cuando yo conté su secreto. Además, a esa altura ya se había hecho famoso en el colegio.

A mí me marginaban de siempre. Solamente me hablaron un par de días cuando era nuevo. Después, Darío empezó a decir que yo era un boludo, un idiota, y como a él todos le chupan el culo, me agarraron para el bullying. Qué fácil.

Por unos meses, Tomás y yo nos hicimos compañía. Éramos dos los frikis del curso. Por fin cada uno tenía alguien con quien boludear y disfrutar en el colegio y a la tarde.

Hasta que él, con un par de insultos a profesores y cosas así, se ganó el aplauso de la clase. Y todos empezaron a darle bola a reírse con él. A darle manija a su personaje.

Yo quise ser parte también de su personaje. Que tuviera un Robin nuestro Batman. Pero no, él prefirió hacer lo que le decían Darío y su rejunte de pelotudos.

Me bajó los pantalones en el medio del patio durante un recreo y me empezó a cachetear el culo. Ya me alcanzaba con que mi apodo fuera Pescado y que se burlaran de mí a cada comentario. Eso ya era mucho.

Ahí lo perdí. Y no supe cómo explicarle a mi mamá la traición que había vivido. Ella después preguntaba “¿cuándo viene tu amiguito?”. Nunca, vieja del orto. Ese hijo de puta me hizo saltar de un primer piso con sus nuevos amigos, usando un paraguas de paracaídas.

Pero no podía decirle eso. A ver si, encima, ella decía que los demás tenían razón.

Mi tío ya me había mostrado dónde guardaba el arma, cómo cargarla y eso. Lo demás era cuestión de puntería en el aula. Y no fallé.

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