En el preciso momento en que Samanta sintió el cráneo de Ariel quebrarse cuando ella le dio ese fierrazo en la sien derecha, supo que su futuro estaba definido. No tenía forma de escaparse ni lugar a donde huir. La policía ya estaba en camino y era cuestión de minutos que la encontraran al lado del cadáver sangrante de su esposo.
La condena por masculinicidio no solamente implicaba una condena perpetua en prisión: también incluía tormentos físicos mensuales, siempre y cuando existiera alguien de la familia de la víctima que quisiera aplicarlos. En su caso, su suegra, su cuñada y un sobrino de Ariel se peleaban por el turno para torturarla cada vez que iban a visitarla al penal.
Además, el auto que compartía con Ariel, su única pertenencia, había pasado a manos de esa misma familia. Despojada de su propia vida, Samanta sufría sus días en el penal.
En una sociedad en la cual el valor de las personas se determina según su riqueza, la figura de masculinicidio solía tener penas más importantes que la de femicidio. Al fin y al cabo, siempre hubo más mujeres que hombres. Oferta y demanda.
Samanta ni siquiera estaba registrada laboralmente. Atendía un kiosco por las noches detrás de una reja. No tenía nada que le diera un precio caro a su vida.
Solamente si hubiese sido la fuente de ingresos de su hogar podía zafar de ser considerada una persona de menor valor frente a Ariel. No era el caso. Él trabajaba en una fábrica en blanco y con un buen salario. Que ganaba más dinero era, además, uno de los motivos y medios por los cuales él solía maltratarla.
Por si faltaba eliminar alguna posible defensa a su favor, la noche de la muerte de Ariel fue una de las pocas en las que él no llegó a hacerla sangrar. El fierrazo de Samanta fue ante los primeros insultos de Ariel: la introducción de siempre antes de los golpes.
Samanta no quiso salir nunca de la cárcel. Cualquier ganancia que obtuviera iría directamente a los bolsillos de la familia de Ariel. Prefirió quedarse viviendo en el penal, buscando ahí alguna amistad, antes que convertirse en esclava de su suegra. Y, alguna vez dijo, borracha y fumando colillas recicladas, que prefería haber sido víctima de femicidio que condenada por masculinicidio.
