Está bueno reencontrarse con la familia alguna vez cada tanto. Yo, en general, no me juntaba porque me queda lejos ir al barrio ahora. Bah, no es tanto lo que hay de Olivos hasta San Miguel, pasa que con el Audi me da cosa meterme solo, entonces la tengo que buscar a mi tía Mirta en Moreno. Y eso hice para ir a visitar al tío Alfredo que festejaba el cumpleaños.
Con mi tía siempre está todo bien. Ella no habla mucho, es callada. Yo creo que porque quedó sola. Igual cuando entramos al barrio y alguno que otro me miraba el auto, ella andaba saludando desde la nave y todos la respetan, no pasaba nada.
Llegamos a lo del tío Alfredo y como que mis primos me miraron raro. Yo sé que no me visto ni huelo igual que antes, que ando en un auto mejor y todo eso, pero no soy un extraterrestre, no dan esas miradas.
Cuando perdí a mi familia en el accidente, yo tenía dieciocho apenas cumplidos. Laburaba para pagarme la joda y el vicio, el resto me bancaban mis viejos. En el momento que me quedé huérfano me tuve que hacer cargo de mi mismo y un poco me ayudó Alfredo.
Yo agarré y vendí el auto, uno bueno y cero kilómetro, que se lo había ganado mi viejo en un programa de la tele. Estaban yendo a buscarlo en un remis que se llevó puesto el tren porque no funcionaba la barrera.
Lo que saqué del auto lo puse en acciones de YPF, que un cliente de la pizzería me explicó cómo hacerlo. Y me puse a trabajar de noche en un garage como para no dormir solo en casa.
Entre los dos laburos me alcanzaba para vivir y con eso tiré un año más o menos. Y de repente, las acciones repuntaron como locas. A esa altura yo leía de inversiones en el garage y me quedaba dormido así. La fui pegando y me fui del barrio.
Un poco por eso era que no me hablaba casi nadie. Solo Marito, un primo medio lejano. Yo le pregunté si seguía en la fábrica de fósforos, pero no: lo habían echado.
—Estaba vendiendo pulseras, cosas así, pero tampoco andaba mucho —me contó Marito—, hasta que me puse de bachero en un bar ahí por la estación.
—Bueno, está bien eso —lo felicité—. ¿Y te va bien? Anda mejor la cosa que antes, ¿o no?
—Y… ponele. Antes me compraba una coca al mes, ahora me puedo comprar dos cocas algún que otro mes —contestó con una sonrisa triste—. Pero va mejorando, sí.
—¡Joya, boludo! Hoy son dos cocas, mañana son dos bitcoin —le dije yo.
—¿Dos qué? —preguntó él. Y ahí me puse a explicarle cómo funcionan las criptomonedas, pero creo que no me entendía y por eso se fue con los otros, los que no me daban bola.
Tuve que esperar ahí al costado, casi solo, hasta que mi tía Mirta se quiso ir, porque… nada, no quería salir solo del barrio ya de noche. Pero me fui contento sabiendo que la gente, cuando se esfuerza, le va de verdad mejor. Dos cocas se compra el Marito ahora. Un lujo.
