El senador Pedro Sanguinetti volvió a su casa tarde, ya de noche, cansado de haberse pasado el día entero pensando excusas para hacer entrar a la nueva secretaria en su despacho y lograr aunque sea unos segundos de su perfil o su espalda como para mirarle el culo. Cuando la secretaria se iba, empezaba a trabajar para estirar su regreso a casa. No había un solo día en que su esposa, Romina, no se quejara con él de situaciones que, al menos en lo inmediato, no podía resolver.
—Estoy cansada, Pedro —lo saludó ella, tirada en la cama, frente al televisor—. Ya me prometiste hace mucho que ibas a conseguir esos bidets que regulan la temperatura. No quiero más quemarme el culo ni sentir que me meto un hielo.
—Hola, mi amor —contestaba Pedro, mientras se desvestía—. Y, bueno, vas a tener que esperar un rato más para que lo pueda conseguir, es que…—¿Es que, qué? Ya sos senador, tendríamos que tener la vida que nos merecemos.
—Pero ya te expliqué, que con el nuevo sistema de donaciones populares me entra la plata que me da la gente, no hay dieta como antes —contestó él, algo ofuscado.
—Y, bueno, ¿por qué no te pagan? Vi que a los peronchos y a los zurdos les entraron fortunas este mes —alcanzaba con la gesticulación para notar el reclamo, incluso sin su voz aguda.
—Pero ya sabés, Romina, ellos presentan proyectos que son para darle cosas a los pobres y se los compran así. Lo nuestro es más… para las empresas y el derrame que a la gente no…
—¡Otra vez el derrame! ¡Siempre ese derrame! ¿Dónde está mi bidet, Pedro? Vivimos apenas con lo que entra de la empresa y del Senado no vemos un peso. ¿No puede darte algo el partido como hace con los demás?
—Todavía soy muy nuevo, Romi, ya te lo dije. La que entra de los grupos la reparten entre ellos. Igual, quedate tranquila, voy a ver si puedo hablar para que me den algo…
—Y sí, ya era hora, la verdad… —volvió a interrumpir Romina.
—Pero no va a alcanzar para ese bidet, te aclaro. Hay otros gastos para hacer.
—Conseguime el bidet ahora —Romina masculló con los dientes apretados de furia—, porque te juro que llamo al noticiero, cuento todo y te hago mierda. A vos y todo tu partido.
—Bueno, pará —se alteró Pedro—. Te lo voy a conseguir. Dame una semana.
—Gracias, mi amor —sonrió Romina—. Sos el mejor de todos.
