392. Paralelo veintidós sur

6 de enero de 2025 | Enero 2025

El miércoles fue un día fenomenal. Fe-no-me-nal. Cuando salieron los chitrulos del pabellón me mandé directo a la carpintería.

Estaba Silvio, ya trabajaba desde temprano en una… creo que era una mesa que estaba armando, pero con una forma rara, yo la veía inclinada, y él estaba dele que te dele que no, que estaba recta.

Me quedé ahí hasta que me sacaron el pote ese del pegamento que me gusta olerlo. Yo ya les saqué la ficha: les estiro la charla y ellos tardan en avivarse que lo estoy oliendo.

De tan aburrido que estaba y sin saber qué hacer hasta que me tocara el turno médico, salí por la puerta lateral y me quedé un ratito por ahí charlando en la vereda.

Como a mí nunca me interesó mucho eso de hablar solo, me callé la boca y, justo en ese instante, vi en el edificio de enfrente que me miraba una mujer desde una ventana, así que me fui a charlarle a ella.

Pobrecita la santa. Inés se llamaba. Me contó que la tenían ahí secuestrada una gente de la policía porque ella tenía información muy importante sobre el gobierno, que no se tenía que revelar. Me pidió ayuda para escapar. Yo le prometí que se la iba a conseguir.

En eso le pregunto la hora y ya casi me tocaba con el médico. «Me voy que si no me matan» y, de galán que soy, me di un beso en un dedo y lo pasé por la reja hasta llegar a su dedo, aunque, ahora que lo pienso, no la recuerdo llevando el suyo a su boca…

Corrí hasta el consultorio y lo primero que hice fue contarle sobre Inés, que teníamos que ayudarla. El doctor se reía. «Debe tener algún tipo de esquizofrenia, no conecta con esta realidad», decía. Y yo insistía con que debíamos ayudarla. Me preguntó hacia qué punto cardinal estaba. Yo le dije que cruzando la calle al sur. «Entonces está en el Moyano, ya la ayudaste», me dijo.

«Menos mal, doctor», dije aliviado como pocas veces antes. Y me dio esa medicación particular que solo me da él.

Cuando salí del consultorio, estaba de camino a ver a Inés y encontré, por esa fortuna de la vida, una petaca de ginebra. Alabado sea el santísimo.

Me bajé la petaca entera y empecé a tener una conexión muy extraña con los árboles y los pájaros, que me daban un mensaje: «fenómeno, sos un fenómeno, salvaste a la loca de enfrente», repetían una y otra vez. Fueron los mismos pájaros los que me llevaron, unas horas después, hasta la cama. Así que fue un día realmente magnífico.

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