390. Daño irreversible

4 de enero de 2025 | Enero 2025

Yo siempre fui de sentirme joven, aún teniendo los años que tengo y con los pelos ya más blancos que negros. Bah, grises, porque si se pusieran blancos, de última no está tan mal, pero tengo ese gris intermedio que hace a la gente dudar si tratarme de vos o de usted. Porque, a mi favor, ya lo sé, no tengo arrugas. Solo algunas. Puedo ser de cuarenta y largos o de setenta.

Pero, el otro día, me pegó el viejazo, en serio. Más que viejazo, una melancolía, una nostalgia con un sabor a derrota que… no tengo palabras para definirlo con exactitud, pero me sentí dos pasos más cerca de la muerte.

Era la noche del museo de la ciudad. Algo que, cuando yo era chico, era en plural: la noche de los museos, porque había varios. Ahora, que había menos cosas para mostrar (todas amontonadas y mezcladas en un solo museo para no tener tanto personal), se convocaba a “la noche del museo”.

Yo pensé que a lo mejor era buena idea para ganar convocatoria. Es mejor tenerlo todo junto, antes que elegir un par de lugares en una eterna lista para ir esa bendita noche en que visitábamos en manada los museos porque eran gratis, cuando varios ya eran gratis.

Pero bueno, ahora los tiempos eran otros, el museo era uno solo y esta noche era gratis. No había mejor plan para tender un puente con Yasmín, mi sobrina de diez.

Empezamos a recorrer la muestra y en un momento llegamos a la parte ferroviaria.

—¿Qué es eso, tío? Está tremendo —me dijo sorprendida.

—Eso es un tren. Ahí adentro de esos espacios, que se llaman vagones, viajaba gente, o también se transportaban cosas. Iban arriba de dos rieles y corría encima de eso tirado por una máquina: la locomotora —intenté gesticular como para que entendiera mejor, pero no se lo podía imaginar.

—Ah… —fingió ella.

—Es como el subte, ¿viste el subte que todavía hay en Buenos Aires?

—Sí —sonrió feliz.

—Bueno, así, parecido. Pero por arriba de la tierra. Después los levantaron todos y los vendieron como chatarra a un país africano que estaba creciendo mucho; necesitaba acero.

Pero, la patada a la partida de nacimiento fue ver un Volkswagen Gol exhibido como la historia de la industria automotriz nacional. Me acordé de cuando se veían varios autos, que la gente compraba hasta como ahorro, y ahora son carísimos porque son todos importados.

Y la frutilla del postre: una parte que rememoraba la historia de la industria nacional mostrando partes de máquinas y con pantallas que mostraban videos de cuando máquinas enteras se iban en barco al exterior.

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