39. Héroes

17 de febrero de 2024 | Enero 2024

Ricardo cerraba la panadería todos los días a las nueve de la noche. La última media hora se dedicaba a cerrar caja y hacer las cuentas que correspondían al día, y solamente a fin de cada quincena hacía un balance general.

Ese viernes, con el calor y el cansancio del día sobre sus espaldas, los números se veían borrosos en su cuaderno debajo de esas pocas luces aún encendidas cuando la puerta de vidrio se destruyó en pequeños pedazos hacia el suelo. Stado, el gran villano milenario, en su característico atuendo hecho a base de facturas de la AFIP, entró a la panadería y señaló a Ricardo:

—Al fin te encuentro, evasor hijo de puta. Es hora de que pagues lo que corresponde —y caminó lento hacia un encogido Ricardo, cuyo tamaño era diminuto al lado del gran Stado—. Mirá ese «balance» —se burló y echó una risotada con su grave y profundo vozarrón—. ¡Parece que te falta descontar los impuestos!

—Perdón, Stado —las rodillas de Ricardo temblaban y él trataba de esconderse detrás del mostrador—. Juro que iba a saldar mis deudas en cuanto…

—¡Es tarde! —gritó Stado y de un pisotón hizo saltar todo apenas milésimas de segundo—. Ahora me toca a mí confiscar todo —y Stado empezó a devorar las facturas, pan, tortas y sanguches de miga que encontraba en todo el local.

—Por favor, Stado, ¡te suplico piedad! ¡Esas tortas son lo único que puede salvar mi negocio!

—Tranquilo, Ricardo —una nueva voz, calma y penetrante sonó donde antes estaba la puerta.

—¡Galperman! —el rostro de Ricardo se iluminó al ver al héroe llegar a su rescate.

Galperman vestía un traje de malla color amarillo con detalles azules ajustada a su cuerpo para nada fornido con un símbolo de dos manos estrechadas en el pecho y cubría sus ojos con un antifaz en el cual se podía leer la palabra «mercado».

—Maldita sea —se lamentó Stado, boquiabierto y abrió grandes sus fauces para engullir la bandeja de metal y los cañoncitos de dulce de leche y vigilantes que quedaban en ella.

—¡Por favor, Galperman, ayudame! ¡Me va a fundir con sus confiscaciones!

—Obvio, papi, para eso vine, a salvar tu bolichito de morondanga —se burló de Ricardo, que sintió que nadie estaba verdaderamente de su lado—. Podría comprar esta panadería casi gratis y hacerla producir como corresponde, pero esta vez te voy a defender. Stado, dejá de joder con mi gente.

—Es mi gente, estúpido Galperman. Ni siquiera vivís en mi territorio.

—Pero mis negocios sí —achinó los ojos como desafío y volvió hacia Ricardo.— Dame ese libro.

Con la velocidad del rayo, Galperman cambió todos los números allí anotados e incluso modificó datos del comercio para dificultar su confiscación al mismo tiempo que arrancaba de las manos de Stado los alimentos y muebles que tragaba sin parar. El villano, aunque intentaba alcanzarlo, no podía y finalmente se rindió.

—Siempre necesitaste de mi ayuda y la vas a seguir necesitando. Preparate para el próximo encuentro, Galperman —lo acusó con el dedo y salió por la puerta.

—¡Muchas gracias, Galperman! —celebró Ricardo—. ¡Qué héroe! ¿Volverás a vivir con nosotros alguna vez?

—No lo creo, Ricardito. Ahora me voy a seguir evadiendo los impuestos y ayudando a los que también deben hacerlo —y se marchó por donde llegó.

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