¿Qué Ratón Pérez ni Ratón Pérez? Esa laucha acá no corre más, papito, no… Si la vieron huir como loca, dice Chizzo, en el tirante. Es que claro, en este país que al ratón lo tiene por tacaño, es imposible. Le calza justo el papel. Y con la miseria que hay, imaginate si va a largar algo. No, qué.
A lo mejor se puso viejo, digo. Y en los noventa le iba fenómeno, cuando una moneda era algo. En cambio, hoy, dejar la misma moneda que en aquel entonces es de roedor nostálgico. Vale como recuerdo, pero no como dinero.
Antes hasta daban ganas de perder dientes para cobrar. Toda criatura sabía que le tocaban veinte propinas en su infancia, una por cada diente.
Desde el gobierno se avivaron de que faltaba algo así para la gente adulta, la que pierde dientes por falta de calcio, por agarrarse a trompadas en el tren, por recibir un golpe en un robo o también porque el cuerpo se va poniendo viejo y los repuestos son carísimos.
Dicen que la gestión para contactarse con el personaje del Conejito Blanco la hizo el mismo presidente, que viajó por el mundo hasta conseguirlo. Y lo logró.
El área de publicidad y marketing del gobierno largó un video informando que “si se portaron bien, cuando se despierten encontrarán en el colchón lo que les toca por el blanqueo”. Esas palabras textuales y la imagen de un muchacho que amanecía en un colchón de verdes.
El Conejito Blanco, ese que saltaba todas las barreras y podía hacer aparecer dólares en nuestros colchones, por Dios, un héroe, venía únicamente cuando el gobierno lo anunciaba. La comunicación oficial del Conejito llegaba por mail al presidente. A diferencia del Pérez, Blanco viene cuando se le da la gana.
Me acuerdo del vocero en la conferencia: “estén atentos, guarda que se viene, vayan chequeando el colchón”. Nosotros hablábamos en el laburo, en la familia, de lo que se decía que traía el Conejo y cuándo. Había todo tipo de teorías, desde que no existía hasta que en China ahora eran todos ricos gracias a él.
Yo como que estaba ahí, en el limbo, no creía, pero quería creer. Digo, si venía algo, lo iba a amar al Conejito. Pero me fijaba en la cama, y nunca aparecía nada. Bah, miento… una vez apareció un billete de doscientos, pero no es nada. Yo quería los dólares. Es más, creo que el billete lo puso mi hijo.
Aguanté largo la ilusión, hasta que me cansé de ver videos en redes de gente que revisaba y se despertaba con miles de dólares. Yo no sé si esos videos eran reales o truchos, jodas que hacían los giles. Admito que se veían medio chetos los pibes, pero les llegaba. Y a mí, ni mierda.
