377. Alma de cantina

22 de diciembre de 2024 | Diciembre 2024

El teléfono no paraba de sonar en la oficina del ministro Darriba, que ya no sabía cómo dilatar ese momento en que escuchara la voz del presidente insultándolo a él y toda su familia por no controlar el ciberataque que, según decía, mantenía a la nación bajo terrorismo digital. En realidad, era su propio honor el atacado, a partir de la filtración de videos íntimos del presidente manteniendo relaciones sexuales con animales.

Desde que esas imágenes eran lo único que podía verse al enterar a cualquier página oficial de las oficinas del Estado nacional, Darriba se había puesto al hombro remediar la situación. El ejército tuvo como tarea única resolver el problema. Pero el tiempo pasaba, y los videos se repetían en internet.

La relación con el presidente se pudría más a cada minuto que pasaba y Darriba sabía que, incluso si se resolvía en breve, su continuidad en el puesto estaba en peligro.

—Ministro, ¿atiendo? —le preguntó un secretario.

—La puta madre, no —contestó Darriba, ofuscado, dando vueltas alrededor de la oficina—. Llamalo por favor al milico este, Parodi, y pasame el teléfono a ver si avanzaron algo.

El secretario marcó en su celular, mientras el teléfono de línea sonaba en continuado y el celular del ministro vibraba contra la mesa, dispuesto a agujerearla.

—¿Y, Parodi, qué carajo pasa? —le gritó Darriba al teléfono.

—Ya ubicamos el domicilio desde donde se hizo este operativo y fuimos al lugar —contestó Parodi, tranquilo.

—Parodi eso fue hace una hora, actualizame la situación la re puta madre. ¡Te pedí los nombres de los terroristas! —Darriba estaba aceleradísimo.

—Y bueno, mire, acá estamos en el domicilio. Detuvimos a unas computadoras que se ve que son las que estaban causando todo el hecho, pero todavía no les sacamos ninguna declaración. Y eso que las estamos ablandando de lo lindo —la voz de Parodi era aguda, algo chillona, como de comunicado oficial de la década del setenta.

—¿Cómo? —preguntó Darriba después de intentar procesar la información durante unos segundos.

—Llegamos y estaban las cinco prendidas, todas con los videos. Las redujimos y, después de pegarles un rato, les empezamos a arrancar teclas y, como no funcionaba, les metimos máquina, pero…

—Parodi, ¿están picaneando una computadora? —preguntó Darriba.

—Ministro, usted deme tiempo, yo le prometo que para hoy a la noche le conseguimos la información. Alguna va a cantar.

Darriba, entonces, bajó el teléfono y se sentó en el sillón frente a su escritorio. Como si estuviera entregado y sin interés por resolver la situación, agarró una birome, un papel con membrete, y se puso a redactar, de puño y letra, su renuncia.

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