El abuelo Benito estaba sentado a la mesa, con una cara de culo que ni el mejor actor podría interpretar, apoyado con las manos sobre el bastón entre sus piernas, y la mirada perdida en el guacamole que él nunca había terminado de entender de qué carajo estaba hecho. Las reuniones familiares no le conmovían a sus noventa años. Hasta que hablaron la carpintería que él había levantado:
—A mí me sacaron mi carpintería mis propios hijos y nietos —levantó un dedo al aire, acusador.
—Uy, enganchó señal el abuelo —se burló Nicolás, uno de los actuales dueños de la, a esa altura, fábrica de muebles.
—No te la sacamos, papá —le contestó Rubén—. Vos no podés trabajar más ahí, ya estás grande. Es el negocio de la familia ahora.
—Mirá, mirá esta porquería —se quejó el abuelo señalando un mueble—. Esto es lo que hacen ustedes. En cambio, yo hacía todo a mano, todo perfecto. Los clientes se iban felices, no como ahora.
—Ah, ¿ahora no se van felices los clientes? —preguntó Gianina, la hermana de Nicolás.
—No sé, capaz que los engañan a todos —contestó Benito—. Se irán felices con un producto de mierda.
—Bueno, papá —intentó calmarlo Rubén—. Ahora es así la cosa. Los tiempos cambian.
—Yo te llevo a la fábrica y no te vas a dar ni idea de cómo se hacen los muebles ahora, con las máquinas nuevas —lo desafió Nicolás, mientras hacía bailar un vaso de cerveza en el aire.
—Vamos. Vamos ahora, pendejo, y vas a ver lo que es bueno. Pero dame madera de verdad, no esa basura que usan ustedes —Benito retomaba enojos del pasado. Intentó levantarse, pero le costó tanto que debió dejarse caer contra el respaldo de la silla.
—Mirá qué viejo estás, no te podés ni levantar —se burló Nicolás, de nuevo.
La tía Patricia, encargada de la contabilidad de la fábrica, se rio y no pudo evitar que se le cayera, por entre sus dientes y labios, el vino que tomaba en el momento.
—Ya van a ver. Ya van a ver. Ojalá les vaya como el culo cuando yo me muera y tengan que cerrar la carpintería —contestó Benito, arrebatado de bronca.
Después de eso, se retomó la charla como si el abuelo no existiera y toda la familia, salvo Benito, disfrutó la reunión.

