362. Limosnero rata

7 de diciembre de 2024 | Diciembre 2024

Para Jorge Aybar no había momento más importante que una primera cita. Él, seductor como se autopercibía, siempre intentaba dejar a su acompañante embelesada, incluso aunque a él no le atrajera y se arrepintiera de haber ofrecido una invitación a una cena demasiado cara para que la historia entre ambos no pasara de ahí.

Cuando la invitó a Mónica Nicolini a cenar en un restaurante de Puerto Madero, estaba seguro de que, si quería, esa misma noche la pasaría acompañado en su departamento de Avenida Libertador con vista al Río de la Plata.

Tuvieron una cena en lugar de alto nivel, en la que apenas había mesas ocupadas. Solamente el vino costaba decenas de miles de pesos.

Cuando salieron, ella propuso dar una vuelta caminando por la zona, y él, con su mejor sonrisa y sus artes seductoras, aceptó. Los hilos de la conversación los llevaba él, con su actitud algo engreída y sus chistes que parecían golpes debajo del cinturón.

De a poco llegaron a una zona un tanto más alejada y empezaron a aparecer personas en situación de calle.

—Disculpe, señor, señora, ¿no me podría ayudar? —preguntó una mujer, sentada sobre un cartón, con un bebé en brazos.

Jorge no tenía respuestas ante esa situación. Siempre hacía oídos sordos y seguía en su camino del triunfo. Pero, esa noche, no. Interrumpió su marcha unos pasos después de ignorarla. Volvió hacia atrás y sacó su billetera.

Movió algunos billetes, demasiado grandes para lo que él quería contribuir a la vida del niño. Cuando llegó a los del cambio, juntó algunos, algo así como ochenta pesos, y se los alcanzó en la mano.

—Muchas gracias, que Dios lo bendiga —dijo la mujer.

Jorge no contestó. Solamente la miró a Mónica con ojos compasivos y sufrientes y la agarró del brazo para seguir su caminata.

—Disculpe, señor, ¿tiene algo para dar? —preguntó otro muchacho, una cuadra más tarde.

—Ya di, ya di —se excusó él, sin interesarse en su imagen bondadosa, y siguió.

Pero pronto apareció otro más, que también le pidió, aunque algo alterado por un alcohol barato.

—Ya di, hijo de puta, tomatelá —le gritó él, más genuino en sus sentimientos que nunca, y como si hubiera interactuado con la misma persona las tres veces.

—Mirá toda la que tenés —contestó el otro, parado un poco inestable, bamboleado, al costado de su camino.

Jorge perdió todo interés en su figura seductora y empezó a pegarle al muchacho, que se cubría sin responder. Como Mónica intentó interponerse, también le pegó a ella. Ninguno de sus rivales se puso de pie y él se fue caminando rápido, enojado, hasta su auto.

Compartí este pasquín

¿Querés recibir un correo electrónico con los pasquines que se publican en el blog?

Suscribite completando tu nombre y correo electrónico.

Loading

Importante: Te va a llegar un email que tenés que abrir para confirmar tu correo.