361. Sicario traicionado

5 de diciembre de 2024 | Diciembre 2024

Manuel de Almeida no dudó un segundo en mandar a matar a su hermano, su cuñada y sus sobrinas. Era la única manera de resolver sus problemas económicos y, al mismo tiempo, hacerse rico por invertir en un negocio ofrecido por un amigo. El precio era muy caro, tanto en dinero como afecto, pero solo así podría quedarse con la herencia de su padre.

Contrató a Ismael Pereyra, policía en funciones, para que hiciera de sicario. Se juntaron antes, para negociar el precio y planear el asesinato; y después, para pagarlo. No quedó guardada ninguna conversación en sus teléfonos al respecto.

Ismael ejecutó el plan como lo había planeado su cliente. Un día más tarde, tenía consigo un maletín de dólares que jamás hubiera imaginado ahorrar.

Se dio gustos sencillos para no levantar la perdiz: unos kilos de helado, un asado con amigos, un recital de Los Palmeras, aunque conocía solamente algunos temas. Era feliz así y con saber que, unos años más tarde, se compraría un lugar para vivir tranquilo.

Sus ilusiones, sin embargo, se truncaron en cuanto se enteró que tenía una denuncia contra él por los homicidios, hecha por el propio Manuel de Almeida, y que, en cuestión de días, quizás horas, lo buscarían para detenerlo.

Se escapó de Rojas con una valija y el maletín, a dedo, hasta Pergamino, donde se tomó un colectivo hasta San Nicolás. Ahí compró un auto cero kilómetro con un documento falso y llamó a Eduardo Ribas, exonerado de la fuerza, la única persona en la que confiaba para pedirle consejo.

Puta suerte la de Ismael que, a esa altura, vivía con el teléfono apagado: cuando lo prendió vio que tenía muy poca batería.

La conversación con Eduardo fue pésima. Había poca señal y se entrecortaba. Logró repetirla, pero no tuvo una comunicación clara. En los dos minutos de conversación, lo único que Ismael entendió fue que tenía que irse del país, y que la mejor frontera para cruzar en auto era la de “guay”. No se oyó el nombre entero del país.

Ribas le sugería ir a Uruguay, paraíso fiscal, donde, suponía, no le preguntarían por el origen del dinero.

Ismael imaginó que Paraguay, por ser más pobre, sería más sencillo con sus dólares. Y se mandó, nomás. Llegó con billetes preparados para pagar coima, con la mala suerte de que los policías paraguayos encontraron la torta entera, y no querían solamente una porción.

Intentó negociar. Ellos se pusieron firmes y no tuvo más opción que entregar todo a cambio de su libertad.

Solo y sin dinero, se metió en una banda de narcotraficantes en la Triple Frontera. Duró apenas dos meses suelto. Lo atraparon, enjuiciaron y encarcelaron en Paraguay. Solamente recibió un visitante en su estadía: Manuel de Almeida.  

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